MURAL EN CENTENARIO-NEUQUEN ARGENTINA

MURAL EN CENTENARIO-NEUQUEN ARGENTINA
Equipo de muralisas Luis Nichela, Silvana Nichela, Mauro Rosa y Mauricio Barreto

19 jul 2007

SUEÑO DE SIRENA



Se llamaba Alba, porque nació en al amanecer de una noche de tormenta y vino anunciando la llegada de los pescadores, cuando ya todo el pueblo los daba por perdidos. Lo que tenía que haber sido una alegría, se tornó en desdicha, pues su problemático parto supuso el que la madre quedara inutilizada para tener más hijos. Para esa mujer que solo anhelaba darle hijos varones a su marido y que le ayudaran en las faenas de la pesca, fue como si el mundo se le cayera encima. Desde el nacimiento, la niña fue una carga. Nunca mostró amor por ella. Ni una caricia, ni una sonrisa. Solo órdenes, como si de una empleada se tratara. Conforme fue creciendo, y la salud de su madre deteriorándose, toda la carga de la casa, recayó en ella.Cuando la conocí tenía apenas catorce años, pero cuando la mirabas intuías unos ojos de mirada viva y despierta, profundizando en esa mirada, se diría que tras ella se ocultaba todo el cansancio del mundo. Delgada, tal vez demasiado, como si pasara hambre, aunque su familia, si bien era pobre, tenía para comer. El pelo recogido en dos trenzas, sujetas por unos cordeles. Nadie le conocía otro peinado. Vestida con unos pantalones que le quedaban grandes, sujetos por unas cuerdas que le hacían de tirantes y remangados por las rodillas, y una camisa de cuadros de color indefinido, debido a la cantidad de lavados que había sobrevivido. En la mano siempre una vieja muñeca de trapo, a la que le hablaba como si fuese una amiga. Alba era así, extraña, irreal, como si no fuese de este mundo. Siempre descalza, los zapatos, decía, le quitaban libertad.Vivía en un pequeño pueblo pesquero, de casas viejas y ennegrecidas por el salobre y la humedad. Una calle cruzaba el pueblo hasta el muelle que partía de la Iglesia, y donde se encontraba una tienda de ropa, una de comestibles, un viejo video-club, y un salón vecinal, sitio de reunión y esparcimiento. Desde el amanecer se la veía pasear entre los pescadores que preparaban las redes para echarse a la mar. Le gustaba ayudar a las mujeres a desenredar los nudos, o a coser los agujeros de las redes. No hablaba, solo actuaba. Su cara era la viva imagen de la tristeza, pero si no se le conocía una sonrisa, tampoco una lágrima. La gente del pueblo siempre la había visto así, desde pequeña. Apenas comenzó a andar, había sido como una sombra en el muelle, sentada mirando fijamente como trabajaban, en vez de jugar con los otros niños.Cuando los pescadores habían partido regresaba a su casa, donde hacía las faenas que su madre le encomendaba con toda rapidez para poder volver al puerto. Una vez allí se dirigía hacia el postigón, con una pequeña caña de pescar hecha a mano. Allí la veían como hipnotizada, quieta, mirando el agua; dando a veces la impresión que se iba a perder en ella. Casi nunca pescaba, y si lo hacía, volvía a echar los peces al mar.En el pueblo la consideraban como un ser extraño. No iba a la escuela, no se relacionaba con otros niños. Cuando el profesor se interesó por su ausencia del colegio, su madre alegó que la necesitaba en casa, pues ella no podía con las tareas a causa de una enfermedad. El padre, que pasaba la mayor parte del tiempo en la mar, decía que era cosa de mujeres. Y así, uno por otro, todos la dejaron como cosa perdida. Sólo el sacerdote no se dio por vencido y se dedicó a enseñarla a leer y escribir, eso sí, con mucha paciencia, ya que la niña deseaba terminar para irse corriendo en cuanto oía la campana que anunciaba la llegada de los pescadores.La muñeca, de la que no se separaba, la encontró tras un naufragio, cuando apenas tenía 3 años. Desde entonces, le hubiera dolido más que la separasen de ella, que si le hubiesen arrancado una mano. A ella le contaba sus penas, sus secretos…, y sus deseos. Una vez, alguien le preguntó qué deseaba ser de mayor, y ella, levantando sus grandes ojos, dijo con gran convicción: “Sirena”. Aquello quedó como la anécdota del pueblo, y cada vez que alguien lo contaba, se podía apreciar un dolor profundo en su mirada, y de haberla podido oír, se hubiera escuchado como le susurraba a su muñeca: “Ya lo verás, lo seré, y ya nadie se reirá de mí.”Un día el sacerdote, intrigado por ese deseo tan insistente en ella le preguntó por qué quería ser sirena, pensando que era solo un sueño de niña. Ella, mirándolo con esos ojos tristes y profundos le contestó:-“Padre, las sirenas son libres, viven en la mar, rodeadas de peces, corales, el mundo más bello que puede existir. Tienen una voz linda. Todo el mundo habla de ellas pero nadie las ve. A mi la mar me habla, yo entiendo lo que me dice. Cuando pesco un pez, es porque me cuenta cosas, por eso luego lo suelto. Yo sé que mi mundo no es este, sino aquel. No espero que usted me entienda ni que me crea, pero es así”.Sentado en la mesa de la sacristía el párroco se dio cuenta de que no había hablado con ninguna niña. Seguía en la misma posición, no pudo moverse, algo le hacía temblar, como el presagio de un cambio que iba a conmocionar aquella pequeña aldea. Se dirigió a la capilla a rezar, cuando al mirar la imagen de la Virgen le pareció ver que sonreía. La miró de nuevo. No era fruto de su imaginación. Temblando salió del lugar. La conmoción iba a ser mayor de lo que él mismo imaginaba.La víspera de Navidad, cuando faltaba poco para la vuelta de los pescadores, se desató una tormenta inesperada. Los relámpagos iluminaban la noche, dejando ver un mar que traía olas gigantescas cargadas de espuma. Les seguían truenos estremecedores, que hacían temblar los corazones de cada uno de los lugareños. La campana de la Iglesia no paraba de repicar. Las mujeres se dirigían para orar por sus maridos. Los ancianos y los hombres que quedaban en el pueblo, corrían hacia el puerto con candiles y linternas para intentar orientar a los barcos, con la esperanza de que aún estuvieran vivos.En la Iglesia, en una pequeña capilla apenas iluminada, se encontraba la muchacha, aferrada a su muñeca. Arrodillada, sus mejillas cubiertas de lágrimas, movía sus labios en lo que parecía una oración. A los pocos minutos, se levantó, abrazó fuertemente su muñeca, la besó varias veces, le repasó el pelo y el vestido, y con sumo cuidado la depositó al pie de la Virgen. Después salió lentamente, sin mirar atrás y se dirigió hacia el muelle.Sobre las tres de la madrugada, tras largas horas de angustia, vislumbraron unas luces tenues entre la tormenta. Se oyeron gritos: ¡Son ellos, son ellos! Todos saltaron al agua en barcas. Sin miedo, con coraje. Los barcos volvían atados unos a otros, escorados, sin velamen, pero lograron llegar. No hubo víctimas, parecía un milagro. Al verlos llegar, todo el pueblo se echó a la mar para ayudarlos, a pesar de la mar embravecida. Mientras, gritaban los nombres de sus maridos, hijos, padres, hermanos…. Cuando llegaron a tierra firme, el sabor de las lágrimas se confundía con el del agua del mar. Y empezaron las preguntas. Contaban haber visto una sirena que rodeada de una luz dorada, los fue guiando en la negrura de la noche. No era ilusión ni sueño. Todos coincidían en la historia. Para los que esperaban, fuera lo que fuera, lo cierto es que habían vuelto sanos y salvos. Seguro estaban chocados, y en esos casos, lo que dice uno, lo creen todos. Ahora era tiempo de celebrar la mejor Navidad que se había visto en aquel lugar.La plaza del pueblo se engalanó como nunca. Cantos, risas, bailes… De pronto un grito desgarrado. ¡Mi hija!, ¡La mar se ha llevado a mi hija! La madre de Alba, desgreñada, los ojos enrojecidos por el llanto, con la ropa de su hija apretada contra sí, balbuceaba más que hablaba. Después el silencio. Luego bullicio, preguntas. Alguien encontró la ropa de la muchacha en la orilla, junto a una barcaza. De ella, ni rastro. La búsqueda duró toda la noche, pero nada…Al amanecer, el sacerdote, descubrió la muñeca al pie de la Virgen. ¿Qué fuerte motivo le podría haber llevado a dejar aquel trocito de trapo, que era más importante que casi su propia vida? Buscó y en uno de los bolsillos del vestidito, encontró una nota escrita con letras grandes y casi ilegibles que decía: “Virgencita, hoy he vuelto a hablar con la mar. Me hará la sirena más hermosa que nunca ha existido. Yo he dudado como cada día por mi madre, porque ¿quién atenderá la casa si me voy? Pero al acercarme al muelle y ver la tormenta, me he dado cuenta que mi padre podía no volver, y con él los demás pescadores. Me ha prometido que hará que vuelvan todos los marineros con vida. Le he dicho que sí. Pero a mi muñeca, mi única compañera, no la puede hacer sirena, y no la puedo llevar conmigo. Tú sabes que solo la tengo a ella. Te pido que por favor me la cuides.”Aquello fue de boca en boca por todo el pueblo. El sacrificio de aquella niña por salvar a su gente. Su madre, por primera vez después de muchos años, consiguió llorar, pero ahora ya era tarde. Toda su ternura, su amor, encerrados bajo llave, ya no tenía a quien darlos. Solo le quedaba una cosa por hacer. Colocó la muñeca al final del muelle, en una caseta de madera, que construyó junto a su marido. Pasaba las noches, acechando por si podía ver a su hija perdida. Nunca la vio.Cuenta la leyenda, que en las noches de luna llena, al rayar el alba, a veces se puede ver una sirena de hermosa cola dorada, jugando con la muñeca de trapo de la caseta de madera. Solo algunos privilegiados son capaces de verla, aquellos de corazón puro y mirada limpia.
MACAMEN

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