MURAL EN CENTENARIO-NEUQUEN ARGENTINA

MURAL EN CENTENARIO-NEUQUEN ARGENTINA
Equipo de muralisas Luis Nichela, Silvana Nichela, Mauro Rosa y Mauricio Barreto

14 nov 2007

Tu ronca maldición maleva

... “Con el pucho de la vida apretao entre los labios...” La estrofa del tango tropezó con un bufido cuando él se trastabilló. “Puta- pensó- una baldosa” y dijo con alegría: ¡Puta, una baldosa! Y con entusiasmo de curda se quedó mirando hacia abajo ese cuadradito de vainillas legítimas trasportado desde alguna ciudad. Se sintió coherente, un poco borracho y tartamudeando un pedazo de tango había pateado una baldosa floja... “Salpico si alguien me pone el pie” completó mentalmente y miró desafiando a la soledad de la calle. Las otras veredas brillaban desencarnadas, páramos de modernísimos cuadrados cerámicos. El poste de alumbrado ya amenazaba perder el equilibrio y la perspectiva comenzó a ondular, momento adecuado para volver a caminar, así podría acompañar este paisaje movedizo como había leído que hacen los marineros. Una vez que arrancó olvidó porqué se detuvo y olvidó las historias de marineros. Tenía que ocuparse de su pena, tenía que acunarla con el vaivén del vino y de la calle hasta que creciera y se hiciera grande, inmensa, para que saliera de él y pudiera pelearla de igual a igual. Porque ahora la tenía en el estómago y todo lo que lograba era sentirse un imbécil. Ni siquiera autocompasión, porque le dan rabia los imbéciles. Arrancó de nuevo “...Rara, como encendida –masculló una parte olvidada- Esta noche vida mía, el alcohol nos ha embriagado – bufó vapor de vino y se rió de la coincidencia- Qué me importa que nos miren, y nos digan los mareados” Trató de pararse y sacar pecho para provocar a quien fuese, pero cada vez que alzaba la vista la calle quería sacudírselo del lomo. En la esquina el único auto que andaba a esas horas justo coincidió con él, y casi lo aplasta. Le gritó “¡Hooooyyyy, vas a entrar en mi pasaaaaado, en el pasaaado de mi viiida!” y cuando alzaba el pie para subir a la otra vereda se perdió dentro de su cabeza buscando los autores del tango. Al rato le dijo a nadie: “Cobián y Cadícamo – y festejó - ¡Cobián y Cadícamo!”
Llegó a la placita tarareando remiendos. Los muchachos que compartían cerveza y bolsas de pegamento esperaban a la sombra de los árboles, pero no había peligro, los conocía de la Junta Vecinal, eran los mismos que se juntaban para cobrar los subsidios del gobierno y cuando había que apretar a los de la oposición. Recordó que esto también es Argentina, pensó en Barceló y Ruggerito y cacareó: “¡Viva don Alfredo!” respondido por una risotada general.
“Mírenlo al viejo huevón- salpicó alguno- parece un tango” Y él sintió que le daban una medalla. Otro quiso ser ingenioso: “El lamento del cornudo”. ¡Ah! Eso no, eso es pegar en la matadura. Ya nadie usa fariñera bien afilada en la cintura, pero él manoteó hacia atrás como si, y quedó allí, desnudo, tambaleándose en la sorpresa. Al pie de los fresnos hay alguna tumbera y dos o tres púas, por si aparece la cana. Igual se las arregló, fue hasta la luz que alumbraba un cartel de “Prohibida la venta y consumo de bebidas alcohólicas” y compró cigarrillos y una cerveza, volvió hasta la rueda y se las arregló bastante bien con la botella, el cráneo de la Juventud del Partido se rompe como el de la gente.
En la guardia del hospital el policía, casi adolescente, lo miraba con conmiseración. El médico le dijo: “La sacó barata viejo, le podrían haber pegado un tiro. Menos mal que le hicieron un par de tajos, que si no, de la cárcel no lo sacaba nadie”. La rabia volvió a llenarle la boca y se pensó diciéndole al cana. “Y vos a quién le tenés lástima, hijo de puta” pero por suerte nadie oyó nada a causa del vómito.

7 nov 2007

UN BUEN BOCADO



Enfrentados cada uno a un lado de la mesa bien puesta, conversan intercambiando mohines, sonrisas y miradas sugerentes. Alguna risa apagada, un chiste tonto. Brindan, se convidan bocaditos directamente en los labios. Él trata de mordisquearle la punta de los dedos. A los postres, estira el brazo y sus manos se encuentran, se acarician, los ojos chispean con reflejos de vino tinto.
Ya en la habitación siguen sonidos apagados, chasquido de besos, murmullos, susurros, suspiros, jadeos, gemidos...
Al volver de la ducha, él la mira dormir desnuda y siente deseos de comérsela.
La noche siguiente fué casi una copia mejorada, al estirar la mano sobre el mantel y tomar la mano de ella, él la mira intensamente.
Me la comería – piensa
A las pocas semanas, repitiendo el ritual de sobremesa de susurros, sonrisas y mimos, ella mira el reloj. A él se le congela la mirada. Ella se alza de hombros
Tengo que hablar con mi mamá – dice
Llega a la cama cuando él se cansó de mirar la película vieja en TV, y esperanzado estira los brazos para recibirla pensando que esta noche también está tan linda que dan ganas de comérsela.
Siguen otra vez lunes, martes, miércoles, jueves...ella ha recibido algún amigo, él ha cenado solo, él ha llegado de trabajar y ella ya ha cenado, él ha tratado de abrazarla con pasión y ella necesita su espacio, claro, tiene razón; él ha despertado cariñoso y ella está fatal porque al despertar siempre tiene mal humor, se mira al espejo y se ve fea.
El domingo él mira TV porque a ella la inhibe el sol que entra por la ventana, sólo ha dormido un ratito y se ha levantado a hacer gimnasia.
Cuando vuelve al dormitorio a buscar la toalla para bañarse él preferiría que no lo haga. El olor de su transpiración lo excita, le recuerda las sesiones gimnásticas de erotismo no hace tanto, unos días o unos meses atrás. La encuentra más apetitosa que nunca y se lo dice
Vení que te como – Le dice, y ella huye hacia el baño a toda risa.
Él se desnuda y se mete bajo la ducha junto con ella, pero ella “no está preparada”.
El domingo siguiente regresan de un breve paseo, ella vuelve a salir con una excusa, vaya a saber, porque no la escuchó bien.
Cuando vuelve él le dice “es nochebuena”, y la mira como siempre, con el mismo deseo, pero ella le contesta que cocine lo que quiera, que no tiene mucha hambre.
La ha dejado así, desnuda sobre la cama, sábanas de seda a estrenar en Navidad. Completando el efecto la cubre con hierbas aromáticas. Meticulosamente pone la mesa, con algunos detalles adecuados, velas y hojas de muérdago. En la cocina frota con la chaira el gran cuchillo que relumbra y resuena como la risa de una bruja celta, abstraído, la mirada fija en el vacío. Va hacia el dormitorio renovando el deseo postergado una y cien noches.
Ese día se la comió.


Paginagris - ILUSTRACION MARIA JULIA EGEA

Técnica Pastel

31 oct 2007

LA COPA DE PLATA


El tipo era, en pocas palabras, una porquería. Un individuo incapaz de integrarse a la sociedad ni de considerar que en ella vivía alguien mas que él. Todo lo que significase un esfuerzo de buena relación lo veía cínico o hipócrita. Pero lo peor era que éste crápula se consideraba a sí mismo como un hombre bueno. Una desfachatez que usaba nada mas que para justificar su miserable condición. Justamente por eso tenía la certeza de haber hecho feliz a un pobre diablo.
Pero vayamos por partes. Voy a tratar de no adelantarme a juzgar los acontecimientos sino a hacer el esfuerzo de relatarlos de la manera mas imparcial que consiga.
En la madrugada de la Navidad de 1956 los primeros rayos de luz se filtraban en la casa donde en medio de la suciedad y la pobreza, lo único que resaltaba era la pesada copa de plata. Esta y el enorme botellón de vino de guarda que le habían regalado a su padre eran las únicas piezas de las heredadas que sobrevivieron al naufragio de la vida del tipo. Todos los otros recuerdos materiales de la familia habían ido a parar al banco de Empeños o al cambalache. Esa copa, sin embargo, lo perseguía a través de los años y daba la impresión de que nunca se iba a poder desprender de ella.
Todo había empezado unas horas antes, más precisamente durante la tarde de la Nochebuena. Como si fuera un día cualquiera estaba vagabundeando por una de las tantas mugrientas calles del Doque cuando el sonido de un acordeón acompañado de risas y festejos lo despabiló a cachetazos para recordarle de que fecha se trataba.
Se acordó inmediatamente de cuando era chico. Sobre el aparador del comedor armaba con papel crepé y algodón montañas nevadas, mas allá un espejo rodeado de piedras simulaba un lago, en la otra punta unos edificios de cajitas hacían las veces de la ciudad. En el medio, alejado de todo, el pesebre. Un portal con María, José y un desproporcionado niño Dios rodeado de muñequitos de vacas, burros, caballos y a veces hasta algún elefante.
Se sintió un boludo. A tal punto que decidió tener su propia Nochebuena, para, de alguna manera, poder reivindicar su historia.
Armó en esa pocilga que el denominaba casa, una mesa de festejo. Y acomodó en el centro la copa, quizás la única pieza de valor que se encontraba en el ambiente.
Se dio cuenta que por mas decorado que intentara preparar, la fiesta estaba inconclusa. Faltaba alguien. Un festejo unipersonal no era nada, o mas bien, era el signo más perfecto de la derrota, del fracaso. Necesitaba compañía.
Pensó en una mujer, pero lo desechó inmediatamente. Había una sola mujer que el podría tolerar cerca, y no era posible a esta altura convocarla mas que en recuerdos.
Se acordó entonces del viejo gringo.
Un checoslovaco que solía encontrar en esos boliches inmundos del puerto que frecuentaba cuando el alcohol lo aturdía hasta la degradación.
Ese viejo siempre estaba cuando los ojos empezaban a ver nublado y la cabeza giraba sobre su eje. Fumaba en pipa y lo miraba como estudiándolo, pero sin atreverse ni uno ni otro a intercambiar palabra. De alguna manera ambos comprendían que eran dos versiones de lo mismo. Uno mas vital, bien argentino y dueño del lugar, el otro lejano, extranjero y apocado, unidos por dos cosas en común: la soledad y el fracaso.
Ese era el tipo que necesitaba
Lo fue a buscar a los boliches del bajo y lo encontró.
En un tugurio lleno de humo, marineros roñosos, y minas berretas lo descubrió en un rincón fumando su pipa.
Entró abriéndose paso entre la multitud de cuerpos hasta llegar al lado de su mesa, lo tomó del brazo
-Te venís conmigo- le dijo
El viejo se sorprendió y trato de pedir explicaciones. El tipo no las dio y el checoslovaco al verse primereado por un individuo de saco y mas o menos bien peinado se dejó llevar. Nadie les dio bola.

Sentados frente a frente en una mesa navideña parecían dos amigos, Bebían copiosamente y ya estaban ambos lo suficientemente borrachos como para entrar en confesiones.
El viejo se llamaba Franta y en un diálogo absurdo e incomprensible, llegó a nombrar a una mujer de ojos transparentes, un muchacho ya seguramente hombre, con sus mismos ojos y la entereza que a él le faltó.
Todo había quedado atrás, en un trozo de su historia, de su vida, sobre todo de su pasado.
-¿Y que onda de recuperar aunque sea una parte de todo esto, Franta?- preguntó el tipo.
-¿Recuperar que?- se enojó el checoslovaco- Cuando yo me fui de mi aldea era una persona. Pobre, pero una persona. Hoy soy un desperdicio, no puedo volver a presentarme como si nada- Hizo una pausa para refregarse los ojos – Vine a América con la promesa de juntar la plata para traerlos, pero me la jugué, me la jugué toda y no pude cumplir la promesa en su momento. Hoy ella está muerta. Se murió esperando que la traiga ¿me entiende? ¡Que mierda voy a recuperar ahora!- Se cubrió la cara con las manos.
-Ella se murió, yo no cumplí, los dejé solos, y ni siquiera puedo pegarme un tiro-
El pobre Franta, en su miseria debía pensar que el tipo era una especie de millonario. Sabía hablar con palabras importantes, se afeitaba y por sobre todo lo que mas le llamó la atención, tenía una enorme copa de plata en su mesa. Por un momento se le debe de haber cruzado por su endeble imaginación que podría robarle, incluso matándolo, ya que el alcohol y el resentimiento lograban que fácilmente lo odiara.
El tipo debió de avivarse de los sentimientos del viejo porque enseguida tomó la iniciativa de la conversación y empezó a inventar una patética historia de un cáncer.
-Ya no pertenezco a los hombres.- decía el tipo – Solo soy un muerto de vacaciones. No tengo nada que esperar mas que la transformación de mi cuerpo hoy todavía erguido, en un tieso cadáver-
Miró al viejo a los ojos aunque a este le costaba mantenerlos abiertos debido a la borrachera.
Los sorprendió de golpe un fuerte bullicio en las calles. Se escuchaban explosiones, risas y gritos. También alguien cantaba. Había nacido el Niño Dios.
-La vida es de ustedes, de los que pueden esperar algo- le dijo al viejo – y te prometo que toda mi fortuna va a servir solamente para darte una razón de vida. Para devolverte la esperanza-
Al viejo se le escaparon unas lágrimas e intentó tomarle las manos
-Gracias- le dijo – No te olvidaré mientras viva-
El tipo fue hacia el viejo bargueño y trajo el botellón de vino añejo. Era un misterioso licor. Quien se lo había regalado a su padre le había dicho que era una artesanía de una pequeña aldea europea. Le decían el Vino de la Verdad porque según la leyenda que le había contado el padre, quien lo bebe se ve tal cual es, sin máscaras ni representaciones. El estado mas puro del ser.
Llenó la enorme copa de plata con el vino y se la entregó al viejo.
-Brindemos, por ese Dios en el que no crees y que maldijiste cientos de veces. Brindemos por una nueva posibilidad-
El viejo tomó la copa con las dos manos temblorosas y tomó un generoso trago del rojo líquido. Lo sintió fuerte, profundo y penetrante. Respiró un bocanada de aire y se animó a otro sorbo.
Inmediatamente tuvo que dejar la copa en la mesa ya que sintió un sacudón interior. El tipo miraba en silencio como el viejo iba transformándose. Sus arrugas parecían profundizarse y su cuerpo cambiando de forma. Lentamente el vino estaba haciendo su trabajo, y tal como decía la leyenda, iba apareciendo ante él otro Franta. El viejo se retorcía en silencio y poco a poco se iba achicando, sus facciones habían desaparecido, así como sus brazos se iban acortando. De pronto se perdió entre sus propias ropas.
El tipo no reaccionó inmediatamente impresionado por lo que estaba presenciando. Al rato se paró y revolvió los miserables trapos que hacían la vestimenta del pordiosero. Y allí lo encontró. Un enorme gusano se retorcía sobre la silla. Ahora el nuevo Franta se veía tal cual era, simplemente un gusano.
Al principio el tipo sintió una especie de asco pero pronto comprendió que eso era exactamente lo que él le había prometido. Ese gusano algún día se transformaría quizás en mariposa, o polilla, en definitiva le crecerían alas. Ese nuevo Franta entonces tenía una esperanza.
Se sintió regocijado y comprendió que había realizado un acto de amor y decidió hacerlo completo.
Tomó entonces al Franta gusano entre sus dedos y lo arrojó dentro de la copa de vino. Pensó que debía inmortalizar la esperanza del viejo que era su mayor anhelo.
Alzó la copa como si estuviera dando misa y se bebió el contenido de un trago. Incluyendo a Franta.
Su cuerpo empezó al rato a sufrir cambios y también se fue achicando.
A los días, cuando llegaron los inspectores, estaba adormecido adentro de la copa. Mientras revisaban todo el cuarto, el cabo primero lo encontró. Prontamente sacó su machete y con un certero golpe le aplastó el cráneo
-Ratas de mierda- dijo el policía.

Mauricio Barreto

Ejercicio de taller: Reescritura del cuento “El Candelabro de Plata” de Abelardo Castillo

29 oct 2007

GATO EXTRAÑO


El gato estaba en vidriera. No crean que era una veterinaria. Era la más grande de las librerías de la ciudad
Funcionaba a full todo el día. Tenía libros de todas las materias escolares, de todos los grados. Además estaban los secundarios vendiéndose a todo vapor y para los más grandes, las especialidades de la universidad hacían base en el negocio.
Cuando los niños pegaban sus naricitas al vidrio, el gato inmóvil como siempre solo abría unos ojos amarillos, los cerraba y seguía descansando.
Creció durante años y su largo pelo dorado a rayas tipo angora siempre estaba pegado como pincel gigantesco al vidrio del frente Sólo algunas veces y por necesidades obligadas dejaba ese centro donde era admirado y salía a la calle junto al librero para resolver sus miserias.
En esos momentos aprovechábamos para leer el lecho en el cual depositaba el gato sus kilos y llamativamente eran todos cuentos de animales salvajes, especialmente felinos de grandes ojos rasgados.
Tanto nos intrigó esa costumbre de vivir en la vidriera, que una tarde nos arrimamos al dueño y le preguntamos el motivo tan especial de ese personaje
La respuesta fue extraña.
- Este felino es recuerdo de un viaje por la selva misionera. Cuando con un grupo de cazadores estábamos en marcha esperando ver algún animal salvaje, encontramos este pequeño que tendría solo dos días, tirado debajo de un árbol coposo que tapaba una madriguera. La cueva estaba vacía pero el lugareño que nos acompañó nos dijo: “Esto pertenece a un gato montés, que ha tenido crías, pero este salió raro, anormal y por lo tanto lo ha tirado fuera de la casa y no lo reconocerá.” Como una cualidad de nuestras vidas era ayudar y acostumbrábamos a acercarnos a lo diferente, decidimos traer ese pequeño retoño a nuestro hogar. Desde que entramos esa tarde al negocio, hace años de esto, él eligió la vidriera y por supuesto el lugar en el cual se exponían cuentos y fábulas de animales selváticos negándose de por vida a abandonar ese rincón.
Cuando el dueño murió el negocio cambió de patrones y él desapareció de la vidriera. Entonces fuimos investigando entre los amigos si alguien lo había llevado a su hogar. Durante quince días recorrimos la ciudad mientras el negocio estaba totalmente cerrado.
La mayoría de los habitantes de la localidad conocían al inquilino de la vidriera pero no pudieron responder nuestras preguntas. Clientes, amigos, familiares, nadie estaba al tanto lo que pasó con el gato
Finalmente una tarde, comentando con el portero la desaparición del gato, decidimos pedir las llaves del edificio y entramos angustiosos.
Un feo olor nos inundó de pronto
Al llegar a la vidriera encontramos un grupo de ratas gigantescas que habían comido al gato. Lo que mas nos llamó la atención fue que la piel había desaparecido, no estaba entre sus restos.
Dicen algunos conocidos que, en el nicho donde reposa el cuerpo del señor de la librería, hay una piel enroscada.

Nelly Capurro

1 sept 2007

EL GOL


Como por un túnel entramos a la cancha. Dejando atrás el pozo oscuro y húmedo sentimos la olvidada caricia del sol sobre nuestras carnes tensas por el partido.
Hacía una semana que Ellos habían lanzado el desafío cuando el Rata los servía en el comedor. Desde el principio nos asustamos. No podíamos creer la inocente invitación para medirnos en una cancha, y por eso buscábamos otras intenciones. A la noche, cuando todas las luces se apagaban y cada uno abrazaba sus recuerdos, el partido se fue haciendo imagen en nuestras mentes, filtrando en gestos y palabras nuestro miedo. Pero poco a poco, aquella fuerza interior que años de potrero había sembrado en piernas y entrañas, fue haciéndose más y más grande, y si bien no alcanzaba a darnos valor por lo menos nos dejaba aceptar nuestro destino. Y mientras Nosotros seguíamos masticando desconfianza y miedo, Ellos se nos habían adelantado con la orden de que en cuatro días habría partido.
Hoy la cancha nos enfrenta cara a cara con nuestros enemigos. Coronándome capitán en un sólo gesto, Martínez me llama al medio y me impone las reglas. El partido se juega a muerte súbita, es decir, al primer gol se termina el encuentro. De esta manera, para disfrutar nuestro recreo debemos aguantar un marcador intacto. Esta regla y nuestro maltratado estado físico les permite a Ellos manejar la situación a su antojo, como siempre.
Martínez aún se hace tiempo para advertirme algo sobre el juego sucio mientras guiña un ojo. La mueca, si quiere ser graciosa alcanza para helarme de miedo. No sé si me asusta el gesto, esa media mirada premonitoria, o más aún me asusta sentir, sacudida por sus palabras mi anestesiada bronca.
El partido empieza y el silbato sopla mi pensamiento y lo manda lejos. Con la pelota en su poder Ellos rápidamente llevan el juego hacia nuestro arco. Nosotros no hacemos más que mirar y apenas acompañar el avance sin animarnos a jugar. El Ruso, nuestro arquero, los ve llegar fuerte y triunfadores por primera vez al arco y ni siquiera alza las manos para defender su cuerpo. Ellos cuidando el juego sacan la pelota de la cancha.
Al Gallego le toca sacar y avanza lentamente mientras Ellos lo esperan al medio con una presencia que alcanza para que les entregue la pelota sin amagar a retenerla. Cardozo arremete anticipando un zurdazo, mientras el Ruso alcanza a achicar el arco inútilmente porque Cardozo patea afuera otra vez.
El partido sigue igual, Ellos consiguen la pelota sin necesidad de pelear, y Nosotros, por temor o lo que sea la aguantamos sólo hasta el medio y allí la entregamos a sus pies. Ellos avanzan hasta el arco, la tiran afuera y todo vuelve a comenzar.
Los minutos pasan y con el sol sobre nuestras cabezas, después de mucho tiempo volvemos a transpirar de calor. Empezamos a escuchar tímida la voz del Ruso pidiendo que juguemos, que no la entreguemos. Ruiz sin atreverse a cambiar la va acercando hacia el previsible destino del medio. El Moncho se la pide, Ruiz duda y el correntino adivinando la indecisión se le acerca de atrás y diestro se lleva la pelota. La juega con un estilo que agita otra vez mi vieja osadía dormida. La flaca cintura del Moncho se quiebra en formas incomprensibles y la pelota le juega cosida a los pies. El Moncho brilla y su esplendor se nos escurre hacia dentro, buscando un sitio donde alojarse para alumbrarnos nuevamente. Pero El Moncho no se arriesga y con un delicado pase de niña les cede la pelota.
Seguimos la misma táctica pero algo del Moncho se nos queda pegado y el juego cambia. Mientras nos atrevemos a avanzar en campo contrario, recuperamos cierta memoria del juego. Comenzamos a disfrutar la pelota, la cancha, los gritos de aliento. Percibimos por primera vez que algunos de Nosotros desde su encierro nos miran sonrientes. Adivinamos sus deseos y este descubrimiento nos planta de otra forma en la cancha.
Empezamos a jugar más de igual, como si fuera posible, Nosotros a Ellos de igual a igual. Y por tercera vez esta tarde, aquella indocilidad vuelve a desperezarse en mi interior y me envía sus mensajes. El Moncho lleva la pelota cuando Bujía le hace una plancha, El Moncho vuela y cae pero Bujía es tan perro que lo primereo, me le gano y salgo victorioso hacia delante. Ruiz se agarra la cabeza parado en la cancha, pero de atrás El Pibe me viene acompañando y casi sin mirarnos entendemos qué debe hacer cada uno. Avanzamos gambeteando a Rojas y al Chino que como están gordos no pueden hacer más que poner el cuerpo. Se nos acerca el Tordo, se da alquimia y llena de coraje nuestros pies y de sueños nuestra cabeza.
La marcha dura poco porque Rebolledo se le planta de frente al Moncho y lo frena con un rodillazo en la ingle. El correntino se congela y cae doblado en dos, en tres, en cuarenta pedazos, como tantas otras veces. El Cura y yo nos agachamos para atenderlo mientras que Ellos triunfantes se llevan el juego y nuestra dignidad, como siempre.
Un griterío nos aparta del Moncho, vemos a Ruiz avanzar firme y le descubrimos un ignorado empecinamiento. Rebolledo desafiante le planta la pelota delante, Ruiz se la saca y Rebolledo sonríe simulando ante sus pares mientras la rabia le brota mezclada al sudor. Ruiz sigue mientras El Chino lo espera para surtirlo, pero Ruiz que es más hábil y liviano lo gambetea bordando en la cancha una filigrana arriesgada y de lujito, mientras Fabio llega para ayudarlo. Entre los dos improvisan un contrapunto con la redonda delante de Ellos que ya no pueden ni correr. Esta especie de capitulación hace que yo también corra a ayudarlos. Se acerca El Pibe, El Ruso y todos vamos como una máquina avanzando sobre el campo. Tiemblo pensando que podemos hacer un gol y finalizar el partido. Ganarles a Ellos no será gratis y esta noche cada celda temblará de dolor. Ellos querrán vengar la derrota en nuestra carne. Esa certeza nos paraliza y dócilmente devolvemos la pelota, mientras la furia se me hace hoguera.
Ellos ya cansados avanzan sobre nuestro arco. Imaginamos que en este avance terminará el partido y hasta tememos perder.
El Moncho lentamente se ha ido recuperando, y ya en la cancha lo veo correr hacia la pelota gritando algo que no alcanzo a escuchar. Los gritos de aliento de otros detenidos me tapa su voz. Siento algo caliente correr por mis mejillas cuando descubro que estoy llorando. Imagino que lloro de impotencia, de dolor, del presagio de esta noche, lloro por haber escapado una hora del horror y lloro por tener que volver. Lloro por el fútbol y por Huracán, y por la cancha los sábados a la tarde con el viejo. Y lloro mientras Ellos disfrutan los últimos minutos saboreando su victoria.
Y mientras lloro, la hoguera ya no tiene espacio dentro de mí, me pide salir y no me deja detenerme, quema por dentro y me empuja hacia Ellos, mientras mis compañeros vibrantes de fútbol, siguen soñándose en una tarde de otras canchas, de otros desafíos, y se llenan de luz y dejan que vuelen sus pies, y sus cuerpos se elevan y de pronto estamos cada uno en su mejor partido. Y en ese embrujo, el Moncho, el Cura y yo nos paramos delante de la valla, y plantado delante del arquero tiemblo, pero no dudo. Y miro a todos, y mis compañeros se me acercan y Ellos, amenazantes, van sacándose las camisetas, y Martínez me advierte con la mirada, y mis compañeros se agarran de las manos y nos lanzamos al último avance con la pelota en mis pies. Avanzamos en medio de nuestro alarido y el de los detenidos desde sus celdas altas, y con el grito descarnado de nuestros seres queridos que siguen buscándonos, y con el aullido de quienes no resistieron, y gritamos nosotros también, y es un sólo grito. Desde la garganta, desde el estómago, desde las pelotas. Gritamos desde nuestros pies y el grito pone en mi botín derecho la impotencia y el miedo, y de una patada los expulso para siempre junto a ese gol que nos hunde pero nos libera. Ese gol que nos mata y nos hermana en esta muerte. Y mientras Ellos agotados y desparramados en el piso dan la señal para que entren otros Ellos descansados y preparados para empezar a cobrarse la derrota, vuelvo a sentir al fin que el fuego soy yo.


Liliana Maino

MANDRAKE Y L’OTARIO


Los años no habían pasado en vano. El mago y su amigo musculoso esperaban plácidamente entre las páginas de la revista –impresión en offset en papel obra, blanco y negro y tapa color – hasta que algún coleccionista los descubriera. En el primer cuadrito Mandrake miraba por sobre la capa que cubría parte de su rostro. Sólo aparecían los ojos penetrantes bajo dos cejas delineadas al estilo Marlene Dietrich. La galerita cubría una calva descorazonadora y la capa ocultaba la papada y el bigotito anchoa prolijamente teñido.
En otro cuadrito, sentado de espaldas al lector, L’Otario miraba el horizonte, una línea de tinta donde emergía el letrero en caracteres confusos. El globito de mandrake dice:
- ¿Que miras con tanta atención?
- El letrero, maestro- responde L’Otario sin volverse porque no quiere que le vean la panza – no entiendo qué dice.
Mandrake hace un pase mágico y las letras se vuelven legibles.
- ¿Y ahora? – dice el globito del mago
- ¡Minga! –responde su ayudante
- Es porque está en inglés – el mago hace otro movimiento y las letras cambian nuevamente.
L’Otario se levanta despacio, quejándose del reumatismo, y camina hacia el letrero. En el cuadrito se ve achicarse la figura del moreno, sus pisadas dejan huella en la arena. En el siguiente la espalda de Mandrake a primer plano marca la distancia del lugar donde L’Otario desaparece en el suelo, antes de llegar al cartel que ahora se lee: “CUIDADO CON EL POZO”.
Revoleo de brazos y capa en el gesto mágico, a Mandrake se le cae la dentadura pero reaparece el negro, bastante maltrecho y apesadumbrado.
El último cuadrito en la esquina de la página arrugada, amarillenta.
Globito de nube que indica que L’Otario piensa.
- ¡Voy a tener que cambiar los anteojos!

26 ago 2007

Suceso en la edad media.


El pueblo de la campiña irlandesa permanece envuelto en una densa niebla. El sol es una rara joya que reluce pocas vences al año Las piedras resbaladizas de las calles son una trampa para los carros y para los granjeros que caminan por las laberínticas calles del lugarEntre las sombras ANETA y su hija adolescente, corren pegadas a las paredes. Buscan comida ya que hace días que no se alimentan. Los habitantes no admiten el pedido de las pordioseras y ellas se esconden en los huecos de los portales murmurando ¡Basta de sufrir Dios mío!De repente una mano fuerte y velluda las toma por el cuello y las mete de golpe en una habitación en tinieblas. Sólo ven un camastro en donde reposa un joven de tez verdosa, ojos hundidos y manos transparentes. Todo su físico cadavérico denota una larga enfermedad que lo esta acercando a la muerte. Gime- ¡Basta de sufrir Dios mío!-El hombre rudo que las introdujo en el cuarto las obliga a sentarse en un jergón, mientras sobre una mesa moviliza una serie de frascos y bichos extraños. Algunos de los frascos tienen restos de un líquido rojizo. -¡Eso es sangre mamá!-dice la jovencita asustada.La madre se acerca a la mesa y observa que un frasco esta envuelto en un caño vegetal perforado-¿Qué es esto? ¿Que pasa aquí? pregunta aterradaEn ese momento el bruto hombrazo que las introdujo la sienta de un manotazo en una silla junto al camastro, le quita la ropa a jirones y sobre sus pechos y espalda desnuda le aplica una cantidad de sanguijuelas que hacen brotar surcos de sangre que rápidamente recoge con una espátula depositándolos en los frascos. Dicha sangre es introducida con la caña vegetal en la boca del joven exhausto que se mantiene en un sopor que lo descuelga del mundo que lo rodea murmurando-¡Basta de sufrir Dios mío!-Una vez terminada la alimentación del mancebo, la pobre mujer queda extenuada a su lado. Aún desde su estado deplorable se ofrece ella a dar toda su sangre si le permiten alimentarse para sobrevivir a su adolescente niña que llora en silencio con profunda tristeza y repite entre sollozos -¡Basta de sufrir Dios mío!-
Nelida Capurro

16 ago 2007

LA MUERTE NO ES PARA TODOS


El día que nació Rosendo la muerte por primera vez fue a buscarlo. Pero al llegar al hospital y encontrar a su madre consumida en la cama, y embellecidas en sangre sus piernas al aire, la fatal mensajera ignoró el inquieto bulto enredado entre vísceras, y cambiando de pasajero dejó huérfano a Rosendo.
Pocos años después y enfermo de fiebre negra, Rosendo esquivó nuevamente su fatal estrella. Esta vez la muerte -sorprendida de repetir la búsqueda, pero obediente‑ llegó a la casa para encontrarse con una vieja criada que a pura oración y velas, pretendía espantar la enfermedad cerca de la cama del niño. La insalubre visita, seducida por tal devoción y deseosa de ternuras olvidadas, cargó a la anciana en su carro, y otra vez dejó a Rosendo.
Los años pasaban y Rosendo crecía prófugo involuntario. Como aquel otoño funesto cuando el techo del taller donde trabajaba cayó sobre varias personas, causando una gran tragedia en el pueblo. Pocos días después, un Rosendo enyesado, dolorido e ignorante del fatal reemplazo, entre lágrimas acudía al sepelio de su patrón.
Ya mayor, Rosendo había insistido en podar un sauce del jardín. Contra el reclamo de su mujer y ante la mirada perdida de su suegro enfermo ‑que desde una silla obligada lo observaba‑ Rosendo había mal apoyado la escalera para subir. Desafiando el equilibrio con su pesado cuerpo el insensato había seguido trepando. Algo más lenta que años anteriores pero implacable, la muerte había llegado a tiempo de ver caer a Rosendo. Más no pudo tampoco esta vez con el incierto pasajero. Al acercarse al cuerpo estropeado del descoyuntado en el patio, había tropezado con el suegro que temblequeante no encontraba consuelo a su mal. La achacosa figura tocó su lado compasivo, y asegurándose una carga más liviana, la insalubre buscona se llevó al mayor.
Rosendo vio morir parientes, vecinos, amigos. Uno tras otro los había ido despidiendo, y a lo largo del tiempo ante cada partida seguía sin poder imaginar su propia muerte.
A los ochenta Rosendo enfermó de gravedad. Gripe, recaída, y virus fueron sus feroces adversarios. Arrasaron sus últimas debilidades y lo dejaron listo para el viaje final.
Esta vez ya cansada la muerte llegó al cuarto de Rosendo, para esperar dócilmente el fin de su más larga persecución. La luz apenas iluminaba la espera. Rosendo, impaciente y casi anhelando el remate recordaba tantas muertes acompañadas a lo largo de su vida. La evocación de los ausentes era tan poderosa que fue llenando la habitación de una ligera bruma coloreada. En minutos la nubosidad fue haciéndose más densa. Las formas se llenaron y adquirieron volumen. Los colores se intensificaron hasta que las siluetas se convirtieron en los amables espectros de amigos ausentes, y parientes, y vecinos y otros cuyo recuerdo no podía Rosendo desenterrar de su memoria.
Los visitantes aportaban al cuarto una luminosidad tan regocijante que el moribundo lamentó el cansancio que le impedía sumarse a la celebración.
Sólo la muerte, como terca invitada observaba la parranda sin encontrar su sitio en el festejo. Observando a Rosendo y a sus ocasionales compañeros, algo de envidia atravesó su osamenta y se le incrustó detrás de una costilla, sobre la izquierda y un poco al medio. La muerte hurgó entre las inmemoriales ropas buscando el centro de su angustia, y sólo pudo encontrar detrás de sus costillas el vacío.
Los visitantes seguían riendo mientras resucitaban la alegría con historias que volvían a compartir entre todos.
La puntada en el pecho hizo quebrar la postura de la muerte encogiéndola, y mientras sus huesos rechinaban, ella trató de recuperar la pose y el aliento que se le iba entre los huecos del esqueleto.
Rosendo sonreía más animado junto a sus viejos amigos.
La muerte se sentía morir. Apoyada en una esquina de la cama y sin poder sostenerse más, se tumbó encima perdiendo en la caída su fantasmal vestimenta. El esqueleto sobre las sábanas quedó desnudo. Convertida en una figura enclenque y vulnerable movió a los visitantes ‑jaraneros pero pudorosos - a cubrir los despojos con la ropa de cama.
Rosendo mientras tanto, traspasado por una nueva energía se incorporaba del lecho, y más por costumbre que por vergüenza tapaba sus desnudeces con el atuendo recién desalojado.
La muerte, en su agonía, aún pudo predecir la fatalidad y, serena, se encomendó a su último descanso.
Rosendo vistió el capote con arrogancia y probándose la guadaña al hombro, se observó en el espejo. Se acomodó la negra capucha sobre la cabeza victoriosa, y afirmando fuerte la herramienta contra su costado, ovilló la espalda, encerró su pecho y se observó orgulloso en el espejo.
Radiante y complacido con la soberbia imagen, saludó a sus compañeros inclinando la punta de la guadaña y mientras un griterío triunfal lo homenajeaba, envió un beso a la difunta y silbando bajito partió.



Liliana Maino

15 ago 2007

¿Que diria Foucault?


Usted no me va a creer la imagen, porque es parte archiconocida de miles de relatos. Pero fue verdad, le aseguro. Don Acosta siempre me esperaba en el mismo bar “El Trébol” -¿y cómo se iba a llamar el bar?- en la mesa de madera junto a una ventana donde finj{ia mirar hacia el Mercado Viejo, como si pudiera ver algo entre las cagadas de mosca y las impresiones digitales de sucesivos bebedores a lo largo de más de cincuenta años. Hacía girar el vaso de vino blanco, porque en verano era vino blanco, semillón. Una de las cosas que yo había admirado de Acosta treinta años antes era su manera de mantenerse incólume al invierno con este mismo traje marrón, camisa blanca y una corbata muy fina de colores oscuros, aunque vaya a saber que colores habían sido. Lo que seguía admirando, era que fuera un periodista de aquellos que meten las narices, juntan información, guardan recortes y tienen en la cabeza un perfecto registro de relaciones y entramados de hechos y personajes. Se manejaba con papeles en los bolsillos, por eso decía que en verano tampoco podía prescindir del saco, aunque hicera calor. “Lo que mantiene la temperatura equilibrada m’hijo – me decía – es el regulador interior, blanco semillón en verano, tinto en invierno”.
De repente llegaba una noticia al diario y Acosta empezaba a sacar bollos de papeles de esos bolsillos insondables como los de Chico Marx, revolvía su escritorio de lata –por el que rara vez aterrizaba- y a la noche ya tenía lista la nota con todas las implicancias, antecedentes y derivaciones del caso. Claro, en esos tiempos hubo mucha gente ofendida, la memoria de Acosta era una especie de conciencia periódica.
- ¿ Y porque nos hace esto? – le pregunté en cuanto llegué, de sopetón para ver si lo agarraba descuidado. Pero eso a él jamás, tucumano ladino y visteador como era.
- Mire m’hijo... nostros trabajamos con las palabras y la memoria – sorbió del vaso y se puso a mirar los redondeles que hacia el culo de vidrio sobre la madera.- Vengo de unos diarios donde escribían Scalabrini Ortiz, Rodolfo Walsh, Roberto Arlt...
Aproveché una larga pausa para pedirme una ginebra, cosa que en “El Trebol” todavá no despertaba escandaletes.
- Uno escribía con palabras adecuadas para cada cosa, como en español ¿vio?
- ¿Y? Hasta ahora me suena a excusa... ¡vamos!
- No crea, no crea – me miró desde sus profundidades, porque detras de esos párpados apenas caídos, esas ojeras y esas cejas profusas había una profundidad a veces triste, a veces aterradora... o socarrona, como yo la había conocido hace mucho.
- El español... o castellano, como quieras, una herramienta para expresarse, comunicarse, amarse, mentir, exaltarse...
Cometí el error de pretender apurarlo, me parecía que divagaba
- Y bueno, seguimos hablando y escribiendo en español...
- Y mintiendo, sólo que ya no se miente, se resignifica, ya los delincuentes no son delincuentes, son apenas “corruptos” en el peor de los casos, no hay pobres ni obreros, hay carenciados y fuerza de trabajo por no hablar de recursos humanos. Mi bandera era el símbolo de mi país, ahora es un ícono, que viene del griego “imagen” pero la imagen de mi país puede ser una modelo adolescente o un político equivocado o un jugador que erró un penal.
Sabía que los preámbulos de Acosta podían ser largos, aunque todavá no le tomaba el hilo tenía que esperar. Él sorbió otro trago y continuó:
- Y no es que no fuera una profesión peligrosa, vos lo sabés –recordé a cierto periodista de Rosario, hacía ya muchos años, recordé a Walsh – pero antes usábamos las palabras exactas, un asesinato era un asesinato, homicidio... o como quieras, pero nunca un “error” y el que tiraba cometía un crimen, no era fuego amigo. ¿Creés vos que han cambiado tanto los tiempos, que soy un melancólico?
Iba a decirle que no pero ni me escuchó, había tomado envión:
- ¿Sos de los que piensan que la “globalización” es una creatura del la tele y los satélites? – Otra vez iba a decirle que no, yo era de los que recuerdan el plan Marshall, la Ayuda para el Progreso y el United Kingdom con su Commonwealt...
- ¡Ah! – saltó – entonces también estás en desuso querido, eso se llama memoria y no se usa
Me quedé helado... ¿cómo sabía lo que yo estaba pensando? Y después de todo, razón lo que se dice razón tenía, yo también estab en desuso.
- Porque si averiguás algo inconveniente se llama “oposición” y si vas a cubrir una nota tenés que aceptar lo que las oficinas de prensa te tienen preparado. Eso eran arquetipos, o si querías quedar bien con el grupo de Florida eran macchiettas. ¿Y los límites de la ética? Teníamos claro lo que es propaganda, eso que se convirtió en promoción y permite cualquier cosa, el asunto es vender, hasta las ideas hay que venderlas...
- Pídase otro semillón Acosta, voy al baño – dije, aunque el vaso parecía no disminuir.

Cuando volví haciendo ese gesto viril de pasar la mano para cerciorarnos que que la bragueta este cerrada, miré a la mesa de la ventana. Acosta ya no estaba. Me senté y miré hacia la calle, el Mercado tampoco estaba. Entonces me concentré en las manchas sobre la madera. Muchas manchas dejadas por los culos de vidrio, vino tinto, vino blanco... y me quedé un largo rato pegado a una en especial, semicircular, una mancha de risa.
Mañana voy a ir al cementerio, ya sé que no se usa, pero Acosta merece un trago, es llo menos que puedo hacer por mi maestro de cuando leíamos a Sartre.


19 jul 2007

SUEÑO DE SIRENA



Se llamaba Alba, porque nació en al amanecer de una noche de tormenta y vino anunciando la llegada de los pescadores, cuando ya todo el pueblo los daba por perdidos. Lo que tenía que haber sido una alegría, se tornó en desdicha, pues su problemático parto supuso el que la madre quedara inutilizada para tener más hijos. Para esa mujer que solo anhelaba darle hijos varones a su marido y que le ayudaran en las faenas de la pesca, fue como si el mundo se le cayera encima. Desde el nacimiento, la niña fue una carga. Nunca mostró amor por ella. Ni una caricia, ni una sonrisa. Solo órdenes, como si de una empleada se tratara. Conforme fue creciendo, y la salud de su madre deteriorándose, toda la carga de la casa, recayó en ella.Cuando la conocí tenía apenas catorce años, pero cuando la mirabas intuías unos ojos de mirada viva y despierta, profundizando en esa mirada, se diría que tras ella se ocultaba todo el cansancio del mundo. Delgada, tal vez demasiado, como si pasara hambre, aunque su familia, si bien era pobre, tenía para comer. El pelo recogido en dos trenzas, sujetas por unos cordeles. Nadie le conocía otro peinado. Vestida con unos pantalones que le quedaban grandes, sujetos por unas cuerdas que le hacían de tirantes y remangados por las rodillas, y una camisa de cuadros de color indefinido, debido a la cantidad de lavados que había sobrevivido. En la mano siempre una vieja muñeca de trapo, a la que le hablaba como si fuese una amiga. Alba era así, extraña, irreal, como si no fuese de este mundo. Siempre descalza, los zapatos, decía, le quitaban libertad.Vivía en un pequeño pueblo pesquero, de casas viejas y ennegrecidas por el salobre y la humedad. Una calle cruzaba el pueblo hasta el muelle que partía de la Iglesia, y donde se encontraba una tienda de ropa, una de comestibles, un viejo video-club, y un salón vecinal, sitio de reunión y esparcimiento. Desde el amanecer se la veía pasear entre los pescadores que preparaban las redes para echarse a la mar. Le gustaba ayudar a las mujeres a desenredar los nudos, o a coser los agujeros de las redes. No hablaba, solo actuaba. Su cara era la viva imagen de la tristeza, pero si no se le conocía una sonrisa, tampoco una lágrima. La gente del pueblo siempre la había visto así, desde pequeña. Apenas comenzó a andar, había sido como una sombra en el muelle, sentada mirando fijamente como trabajaban, en vez de jugar con los otros niños.Cuando los pescadores habían partido regresaba a su casa, donde hacía las faenas que su madre le encomendaba con toda rapidez para poder volver al puerto. Una vez allí se dirigía hacia el postigón, con una pequeña caña de pescar hecha a mano. Allí la veían como hipnotizada, quieta, mirando el agua; dando a veces la impresión que se iba a perder en ella. Casi nunca pescaba, y si lo hacía, volvía a echar los peces al mar.En el pueblo la consideraban como un ser extraño. No iba a la escuela, no se relacionaba con otros niños. Cuando el profesor se interesó por su ausencia del colegio, su madre alegó que la necesitaba en casa, pues ella no podía con las tareas a causa de una enfermedad. El padre, que pasaba la mayor parte del tiempo en la mar, decía que era cosa de mujeres. Y así, uno por otro, todos la dejaron como cosa perdida. Sólo el sacerdote no se dio por vencido y se dedicó a enseñarla a leer y escribir, eso sí, con mucha paciencia, ya que la niña deseaba terminar para irse corriendo en cuanto oía la campana que anunciaba la llegada de los pescadores.La muñeca, de la que no se separaba, la encontró tras un naufragio, cuando apenas tenía 3 años. Desde entonces, le hubiera dolido más que la separasen de ella, que si le hubiesen arrancado una mano. A ella le contaba sus penas, sus secretos…, y sus deseos. Una vez, alguien le preguntó qué deseaba ser de mayor, y ella, levantando sus grandes ojos, dijo con gran convicción: “Sirena”. Aquello quedó como la anécdota del pueblo, y cada vez que alguien lo contaba, se podía apreciar un dolor profundo en su mirada, y de haberla podido oír, se hubiera escuchado como le susurraba a su muñeca: “Ya lo verás, lo seré, y ya nadie se reirá de mí.”Un día el sacerdote, intrigado por ese deseo tan insistente en ella le preguntó por qué quería ser sirena, pensando que era solo un sueño de niña. Ella, mirándolo con esos ojos tristes y profundos le contestó:-“Padre, las sirenas son libres, viven en la mar, rodeadas de peces, corales, el mundo más bello que puede existir. Tienen una voz linda. Todo el mundo habla de ellas pero nadie las ve. A mi la mar me habla, yo entiendo lo que me dice. Cuando pesco un pez, es porque me cuenta cosas, por eso luego lo suelto. Yo sé que mi mundo no es este, sino aquel. No espero que usted me entienda ni que me crea, pero es así”.Sentado en la mesa de la sacristía el párroco se dio cuenta de que no había hablado con ninguna niña. Seguía en la misma posición, no pudo moverse, algo le hacía temblar, como el presagio de un cambio que iba a conmocionar aquella pequeña aldea. Se dirigió a la capilla a rezar, cuando al mirar la imagen de la Virgen le pareció ver que sonreía. La miró de nuevo. No era fruto de su imaginación. Temblando salió del lugar. La conmoción iba a ser mayor de lo que él mismo imaginaba.La víspera de Navidad, cuando faltaba poco para la vuelta de los pescadores, se desató una tormenta inesperada. Los relámpagos iluminaban la noche, dejando ver un mar que traía olas gigantescas cargadas de espuma. Les seguían truenos estremecedores, que hacían temblar los corazones de cada uno de los lugareños. La campana de la Iglesia no paraba de repicar. Las mujeres se dirigían para orar por sus maridos. Los ancianos y los hombres que quedaban en el pueblo, corrían hacia el puerto con candiles y linternas para intentar orientar a los barcos, con la esperanza de que aún estuvieran vivos.En la Iglesia, en una pequeña capilla apenas iluminada, se encontraba la muchacha, aferrada a su muñeca. Arrodillada, sus mejillas cubiertas de lágrimas, movía sus labios en lo que parecía una oración. A los pocos minutos, se levantó, abrazó fuertemente su muñeca, la besó varias veces, le repasó el pelo y el vestido, y con sumo cuidado la depositó al pie de la Virgen. Después salió lentamente, sin mirar atrás y se dirigió hacia el muelle.Sobre las tres de la madrugada, tras largas horas de angustia, vislumbraron unas luces tenues entre la tormenta. Se oyeron gritos: ¡Son ellos, son ellos! Todos saltaron al agua en barcas. Sin miedo, con coraje. Los barcos volvían atados unos a otros, escorados, sin velamen, pero lograron llegar. No hubo víctimas, parecía un milagro. Al verlos llegar, todo el pueblo se echó a la mar para ayudarlos, a pesar de la mar embravecida. Mientras, gritaban los nombres de sus maridos, hijos, padres, hermanos…. Cuando llegaron a tierra firme, el sabor de las lágrimas se confundía con el del agua del mar. Y empezaron las preguntas. Contaban haber visto una sirena que rodeada de una luz dorada, los fue guiando en la negrura de la noche. No era ilusión ni sueño. Todos coincidían en la historia. Para los que esperaban, fuera lo que fuera, lo cierto es que habían vuelto sanos y salvos. Seguro estaban chocados, y en esos casos, lo que dice uno, lo creen todos. Ahora era tiempo de celebrar la mejor Navidad que se había visto en aquel lugar.La plaza del pueblo se engalanó como nunca. Cantos, risas, bailes… De pronto un grito desgarrado. ¡Mi hija!, ¡La mar se ha llevado a mi hija! La madre de Alba, desgreñada, los ojos enrojecidos por el llanto, con la ropa de su hija apretada contra sí, balbuceaba más que hablaba. Después el silencio. Luego bullicio, preguntas. Alguien encontró la ropa de la muchacha en la orilla, junto a una barcaza. De ella, ni rastro. La búsqueda duró toda la noche, pero nada…Al amanecer, el sacerdote, descubrió la muñeca al pie de la Virgen. ¿Qué fuerte motivo le podría haber llevado a dejar aquel trocito de trapo, que era más importante que casi su propia vida? Buscó y en uno de los bolsillos del vestidito, encontró una nota escrita con letras grandes y casi ilegibles que decía: “Virgencita, hoy he vuelto a hablar con la mar. Me hará la sirena más hermosa que nunca ha existido. Yo he dudado como cada día por mi madre, porque ¿quién atenderá la casa si me voy? Pero al acercarme al muelle y ver la tormenta, me he dado cuenta que mi padre podía no volver, y con él los demás pescadores. Me ha prometido que hará que vuelvan todos los marineros con vida. Le he dicho que sí. Pero a mi muñeca, mi única compañera, no la puede hacer sirena, y no la puedo llevar conmigo. Tú sabes que solo la tengo a ella. Te pido que por favor me la cuides.”Aquello fue de boca en boca por todo el pueblo. El sacrificio de aquella niña por salvar a su gente. Su madre, por primera vez después de muchos años, consiguió llorar, pero ahora ya era tarde. Toda su ternura, su amor, encerrados bajo llave, ya no tenía a quien darlos. Solo le quedaba una cosa por hacer. Colocó la muñeca al final del muelle, en una caseta de madera, que construyó junto a su marido. Pasaba las noches, acechando por si podía ver a su hija perdida. Nunca la vio.Cuenta la leyenda, que en las noches de luna llena, al rayar el alba, a veces se puede ver una sirena de hermosa cola dorada, jugando con la muñeca de trapo de la caseta de madera. Solo algunos privilegiados son capaces de verla, aquellos de corazón puro y mirada limpia.
MACAMEN

17 jul 2007

LAUTARO

El señor Ángel no estaba bien de salud, pero con reposo y sin sobresaltos podía sobrellevar su enfermedad bastante bien.El señor Ángel tenía, entre otras cosas, un perro.Una mañana el señor Ángel notó que su perro estaba raro, como distante, muy quieto.El señor Ángel le comenta esto a su hija Leticia, quien se ocupó de confirmar la sospecha del señor Ángel e inmediatamente procedió a llamar al veterinario.El profesional concurrió esa misma tarde y Leticia le informó que el perro del señor Ángel no se movía de su cucha desde la mañana.El veterinario revisó al perro del señor Ángel y concluyó lo que ya sospechaba desde el primer momento.Señorita, dice el veterinario, este perro está muerto.Leticia empezó a hacer gestos parecidos a un aleteo que significaban que le pedía al veterinario que hable en voz baja. A su vez miraba hacia los costados tratando de confirmar que su padre no estuviera escuchando.Por favor señor no le diga eso a mi papá, por favor. Le pidió angustiada al veterinario.Pero lamentablemente es eso lo que ocurre, dice el veterinario, no puedo decir otra cosa.Es que si le dice eso mi pobrecito papá no lo va a resistir, dice Leticia, y es posible que él también muera del disgusto.Es que su padre me lo va a preguntar, ¿Qué quiere que le diga?No le diga nada, o dígale cualquier cosa que se yo, usted es el profesional.En ese momento llega el señor Ángel para averiguar la sobre la salud de su perro.¿Y doc? ¿Que le está pasando a Lautaro? pregunta el señor ÁngelBueno, es bastante complejo para mi explicárselo, pero del examen de este perrito…Quizás lo mejor sería que lo lleve a su clínica a internarlo para evaluarlo mejor, doctor, ¿no le parece?, interrumpe bruscamente Leticia.El señor Ángel la mira sorprendido y vuelve su vista hacia el veterinario para esperar una respuesta.Cuando su padre le saca la mirada, Leticia junta las manos en un gesto de súplica hacia el veterinario.¿Usted que piensa, doc? pregunta el señor ÁngelEl veterinario titubeante mira a Leticia que no dejaba de hacerle gestos y dice que si, que es una buena idea y que se va a llevar a Lautaro a su clínica para internarlo y evaluarlo mejor.Lautaro era un perro grande, cruza de viejo pastor inglés, y el rigor mortis que ya se había instalado hacía muy difícil manipularlo sin que se dieran cuenta de su estado.El veterinario, entonces le pide al señor Ángel una manta para cubrirlo y que no tenga frío, y cuando el señor Ángel va en busca de la manta aprovecha para subir al cadáver tieso a su camioneta y acomodarlo lo mas disimuladamente posible.Cuando vuelve el señor Ángel con la manta lo cubren hasta la cabeza, el señor Ángel le habla al cadáver de Lautaro diciéndole que se va a poner bien enseguida, que no se preocupe que él lo espera. Después se da vuelta y lo agarra al veterinario del brazo firmemente.Doc, dice el señor Ángel, haga todo lo necesario para mejorar a Lautaro. Si algo le llegara a pasar le juro que soy capaz de cualquier cosa. Al señor Ángel se le pusieron los ojos colorados, capaz de cualquier cosa repite.Después saluda a Lautaro y se va rápido para adentro de la casa.Leticia se queda hasta que el veterinario se sube a la camioneta. Se acerca a la ventanilla y le dice muchas gracias por todo, doctor, yo después me acerco a su clínica a arreglar con usted.El veterinario arranca y se va pensando si en todas las profesiones suceden las cosas que le suceden a él. Un poco siente que es cómplice de una locura. Andar cargando un perro muerto para hacerle creer a un señor que no murió solamente para postergarle el sufrimiento. Porque ¿Cuánto tiempo mas puede seguir esta mentira? quizás mañana mismo deba llamar para avisar con la voz mas apesadumbrada que le pueda salir que lamentablemente hicimos todo lo posible pero el corazón de Lautaro no resistió y hoy nuestro amiguito ya no esta con nosotros, que lo siente mucho.Y el hombre llorará mañana lo que no lloró hoy, y se sentirá mal como se debería haber sentido hoy. Y después se repondrá seguramente, un día después de lo que se hubiera repuesto tal vez.En esto piensa mientras llega a la clínica y se dispone a bajar el cadáver para tenerlo en custodia hasta el momento del parte de defunción. Y después habría que pensar que hacer con el cuerpo, quizás quisieran mandarlo a cremar, o tal vez lo quieran enterrar ellos. O, en el peor de los casos tendría que enterrarlo él mismo. No sería la primera vez. Después se da cuenta de que tiene otras cosas para hacer ese día, así que acomoda el cuerpo de Lautaro en el patio, bien cubierto por la manta y sigue con su trabajo hasta terminar el día.Al llegar a la mañana siguiente a la clínica lo sorprende ver a Leticia esperando en la puerta. Bueno, que cumplidora piensa, me dijo que hoy vendría pero no pensé que tan temprano. Leticia, apenas lo ve bajar de su camioneta se le abalanza encima. ¡Doctor por favor, doctor! tiene que llevar a Lautaro de vuelta a casa por favor, le dice.Pero Lautaro está muerto querida, explica el veterinario, ¿Cómo voy a llevar un perro muerto a tu casa? solo si quieren enterrarlo.¡Por favor doctor, no repita eso! se impacienta Leticia. Desde que Lautaro vino a internarse papá cambió muchísimo. No habla, no contesta cuando le pregunto, no quiso probar bocado, ni siquiera me aceptó la leche con vainillas que le gusta tanto y hoy ya no se levantó de la cama. No lo veía así desde que mamá murió, hace ya varios años. Esa vez llegó a estar tan mal que tuvimos que internarlo con suero y todo y yo creía que se iba él también. Fue un tratamiento muy largo y después de mucho tiempo papá pudo aceptar la muerte de mamá. Ese día empezó a ir todos los martes al cementerio a llevarle flores pero un día no pudo mas y tuvo otra descompensación. El médico que lo atendió se portó muy bien, y él me dijo que las secuelas que le quedaron a papá son muy importantes. Su corazón quedó muy débil y no soportaría otro disgusto. Desde ese momento voy yo al cementerio todos los martes y llevo dos claveles, como él me dijo, uno blanco y uno rojo. Nunca supe por qué, pero así lo hacía él y yo lo respeto porque el pobrecito está muy débilLeticia baja la vista y empieza a sollozar. Por eso le pido, doctor, que lleve a Lautaro de vuelta, si algo le tiene que pasar será mejor que sea en casa.El veterinario la abraza para consolarla del llanto mientras se contiene en decirle que ya nada mas le va a pasar a Lautaro. Finalmente accede al pedido y le dice a Leticia que en un rato mas lo lleva, que tenga preparada la cucha.A Leticia se le ilumina la cara y entre agradecimientos parte rápido para su casa a esperar el retorno.A la hora mas o menos el veterinario llega a la casa del señor Ángel. Leticia lo esperaba en el jardín. Desde la camioneta bajan el cadáver de Lautaro envuelto en la manta y lo llevan hasta la cucha para acomodarlo. Descubre que desde una ventana de la casa un hombre sigue atentamente todos los movimientos.Doctor, papá está en su habitación y quiere saludarlo ¿no quisiera pasar un momentito? dice Leticia, yo le preparo un café.El veterinario iba a excusarse pero vio como desde la ventana el señor Ángel hacía efusivos gestos de saludo. Le pareció que tenía que corresponderle y accedió a pasar un momentito nomás porque tiene que seguir trabajando.Pase, pase doc, dice el señor Ángel ¿y como anda mi Lautaro?El veterinario trata de forzar una sonrisa y dice, bueno en realidad tengo que decirle que...Nosotros estamos muy agradecidos por lo que usted está haciendo doctor, interrumpe Leticia entrando con una bandejita con una taza de café.Usted no sabe doc lo que significa Lautaro para mí, comenta el señor Ángel. Ese perrito fue el amor de mi finada Teresa. Apenas lo trajimos de chiquito se encariñó enseguida, lo crió con mamadera me acuerdo. La Tere tenía una pasión especial por los animales y ellos le correspondían. Cuando la Tere enfermó, Lautaro no se movió de al lado de la cama en todo el tiempo. Recién cuando ella se fue pudo salir al jardín. Hoy ya tiene mas de diez años y vivó muchas cosas pero yo estoy seguro que todavía está esperando que ella vuelva en cualquier momento. Lo veo en la forma que se queda mirando fijo muchas veces.El señor Ángel quedo callado mirando por la ventana hacia la cucha que estaba en el jardín. Al veterinario le pareció que no era momento de hacer otro comentario. Esperó un prudente momento, luego se disculpó, agradeció el café y se fue.Después de todo piensa el veterinario, no había hecho nada malo. Solamente deja que la gente elabore el duelo como pueda. Cuando se de cuenta de la realidad todo ocurrirá normalmente y en definitiva él no es nadie para forzar a la gente a ver lo que no quiere.Durante tres días no tuvo noticias de Lautaro.Al cuarto día sonó el teléfono. Leticia le pedía por favor si podía pasar por su casa ya que ella no podía salir porque estaba cuidando a su padre. Seguramente sería para hablar de sus honorarios y hacer el comentario final sobre lo que le ocurrió a Lautaro.Cuando el veterinario llega con su camioneta percibe que un olor nauseabundo flota en el ambiente.Leticia lo hace pasar y en el jardín de la casa el olor era verdaderamente insoportable. El veterinario está por preguntar por el origen de ese olor cuando ve que en la cucha esta tendido el cadáver del perro cubierto de moscas que le revolotean a su alrededor.¿Que está pasando acá? pregunta el veterinarioPor favor doctor, pasemos adentro que acá es difícil respirar, sugiere Leticia tapándose la nariz con la manga de su saquito.Una vez adentro el señor Ángel lo estaba esperando, Doc antes que nada discúlpeme por el olor que hay, pero ya llamamos a la municipalidad un montón de veces para que vea que pasa en las cloacas porque hace unos días que el ambiente está irrespirable. Pero no lo llamamos para hablar de cloacas y problemas municipales, sino por mi Lautaro. Hace días que lo veo muy flaco doc, y por cierto bastante desganado. Yo le hablo desde la ventana y se hace el que no me escucha. Leticia me comentó que usted podría llevárselo para pasarle suero e inyectarle algunas vitaminas y ponerlo mas rozagante y a mi me pareció bien. Pero eso si, doc, le pido encarecidamente que me lo traiga rápido, porque lo extraño horrores. Aunque no me ladre ni me haga fiestas como antes yo solamente con verlo ahí estoy mas tranquilo. Es como tener una partecita de mi Teresa.El veterinario miró como espantado a Leticia que solamente lo miraba con carita de ruego. Sin decir palabra salió apurado de la casa y Leticia atrás de él.Doctor, doctor, por favor, se lo pido, haga este último favor, por mi papá, doctor, por mi mamá, se lo pido, por lo último que me queda en la vida doctor, por lo único que me queda. Se queda callada, se sienta, se cubre la cara con las manos y se pone a llorar. Era la segunda vez que pasaba, pero el veterinario no podía resistirlo. Esa imagen de desprotección le impedía hacerse el distraído.Pero ¿que querés que haga? le pregunta entre enojado e impotente. Ese perro está muerto, se está pudriendo, ¿que pretendés que haga yo?No sé, haga algo para que no se pudra, dice Leticia entre gemidos.¿Y que voy a hacer? ¿Una momia?¿Se puede? pregunta inocentemente Leticia.El veterinario casi le pega un sopapo, estaba por insultarla, por gritarle que era una psicópata, que necesitaba hacerse ver, cuando de repente le vino a la mente la imagen de Pomilio, su amigo de la infancia.Cuando estaban en la primaria se le había muerto un pececito que tenía, y Pomilio, que había visto un documental en la tele, le propuso embalsamarlo. El pez quedo gordito, relleno de pajita, pero no soportó mucho tiempo la vuelta a la pecera. Se desintegró.El segundo intento fue con el hámster de un compañero, que si bien tardó mas tiempo que el pececito en pudrirse, no quedó muy parecido a lo que era.Después compraron el curso de taxidermia por correspondencia que se anunciaba en una revista, y ahí si, llegaron a hacer varios e importantes trabajos. Una tararira, tres o cuatro sapos, una tortuga, un cardenal, una gaviota fueron adornando la habitación de uno y otro. Una vez llegaron a intentar con un gato que les quedo un poco deforme, pero nunca habían embalsamado un perro.Después fueron creciendo, y como él tenía menos habilidad para estas tareas que Pomilio, decidió estudiar veterinaria, y Pomilio a la vez de ser taxidermista estudió ingeniería.Hacía mucho tiempo que no se veían, tal vez años, pero podría hacer el intento.Decidió entonces jugársela y llevarse el perro a medio pudrir a su clínica y contactar a su viejo amigo.Leticia saltaba de alegría y no paraba de agradecerle.Tuvo que viajar con todos los vidrios abiertos ya que la camioneta se había impregnado de olor a podrido.Cuando habló con Pomilio, este aceptó enseguida el desafío. Además lo vivía como una revancha, ya que hace muchos años Pomilio le había propuesto al veterinario ofrecer el servicio de taxidermia en su clínica para los clientes, y al vete esto le pareció una barbaridad y lo sacó carpiendo. Hoy venía con el caballo cansado.Hicieron el trabajo esa misma tarde en la veterinaria, y realmente con muy buen resultado. Ahora Lautaro lucía gordito y brilloso y después de muchas pruebas habían logrado darle una expresión de atento descanso. Había algo de escultórico en la obra ya que podía apreciarse de distintos ángulos, recorrerla visualmente en el espacio y percibir distintos detalles de cada vista. Hasta con un poco de buena voluntad uno podría imaginarle diversos estados de ánimo dependiendo desde donde lo mirara. Esto sería una ventaja para Leticia que tenía la posibilidad de hacerlo variar durante el día solamente con ponerlo en ángulos diferentes.Cuando al otro día el veterinario llega con Lautaro a casa todo era júbilo.Leticia abraza y acaricia al embalsamado perro como si realmente pudiera notarlo. Le habla con voz aguda diciéndole cosas cariñosas. Entre los dos lo acomodan en la puerta de la cucha con un leve giro de cabeza apuntando hacia la ventana de la habitación.Al señor Ángel también se lo veía muy feliz. Miraba hacia el jardín por su ventana y mientras le agradecía al veterinario su trabajo le decía que ese volvía a ser su perro. Que tenía manos mágicas y que esas vitaminas lo habían repuesto enseguida.El veterinario comienza a sentirse un poco avergonzado y cómplice del engaño y se despide.Esta sería su última acción en este tema. De aquí en mas, Leticia vería como se las arregla para explicarle todo a su padre en un futuro no muy lejano. Pero ese ya no es un problema suyo.Se dedicó a su trabajo y la rutina lo absorbió de tal manera que por dos meses o mas no tuvo tiempo de pensar en el tema. Tampoco tuvo noticias de la familia.Un día lo llama su amigo Pomilio y le pregunta que había pasado con su obra, porque había quedado tan bien que era una lástima no haberse quedado con un recuerdo y tenía ganas de sacarle algunas fotos.Al veterinario le entra la curiosidad de como había terminado esta historia y decide investigar. Esa tarde pasa por la casa como de casualidad.Leticia lo atiende muy amable y lo hace pasar enseguida. Cuando cruza por el jardín ve con asombro que Lautaro sigue, frente a su cucha, embalsamado.¿Pero como? ¿Todavía esta ahí? ¿Y tu papá no sabe que...? pregunta azorado.Leticia contesta con una sonrisa y carita de inocencia.¡Hola doc!, grita el señor Ángel apenas lo ve, usted si que se pasa la gran vida ¿eh? le dice mientras lo palmea en la espalda ¿Como le fue en el viaje, todo bien?El veterinario no sabe que contestarYo todos los días le digo a la Leti que lo llame para que venga y ella me contó lo de su viaje a Europa y los premios que ganó, y en realidad pienso que usted se lo tiene merecido. Después de lo que hizo con mi Lautaro yo siempre digo que tiene un don especial, que nació para esto.El veterinario mira a Leticia con ganas de matarla pero ella sigue con su sonrisa parada al lado de la puerta.Doc, continúa el señor Ángel, yo quería que usted viniera a ver a Lautaro porque me parece que no anda bien de las piernas. Lo veo todo el día echado y no tiene ganas de pararse. Y yo se que usted le puede curar eso, si es casi un manosanta, ¿no Leti? Vaya, échele una mirada.Una vez en el jardín el veterinario iba refunfuñándole a Leticia, vos estás loca, como vas a seguir con esta farsa, hasta cuando, y encima me metés a mi en el medio, no lo puedo creer.Pero esta vez yo no lo llamé doctor, vino usted solito.Mas enojado se sintió porque tenía razón.Después te llamo o paso, le dijo y se subió a la camioneta.Fue directamente a verlo a Pomilio para contarle el problema.¡Buenísimo! dijo el otro con su mentalidad de ingeniero. Podemos hacerlo articulado y le colocamos unas bisagras autobloqueantes para las distintas posiciones.Vos estás mas loco que ellos, le dijo en un principio pero al ver el entusiasmo con el que insistía en hacerlo se convenció.Fueron juntos a buscar el cadáver y lo llevaron a la veterinaria. Con taladros, chapas y remaches reinventaron las articulaciones de Lautaro. Todo había sido un diseño de Pomilio que estaba orgulloso de su trabajo y no paraba de sacarle fotos al perro en distintas posiciones, desde las mas plácidas hasta algunas verdaderamente obscenas. Incluso se hizo sacar una de él abrazado al embalsamado.Nuevamente fueron juntos a dejar el trabajo terminado y el veterinario presentó a Pomilio como colega. Después de todo en esto lo era.Leticia y el padre se deshacían en agradecimientos, hubo café, licores y masas. Pomilio conversaba animadamente y contaba anécdotas de la profesión como si verdaderamente fuese veterinario.Cuando se estaban despidiendo el señor Ángel les da un apretón de manos y con lágrimas en los ojos les dice, que ustedes entiendan lo importante que es para mi Lautaro hace que todavía tenga una esperanza en este mundo.Nadie pudo pronunciar una palabra mas y se despidieron.Cada uno volvió a su tarea y por un par de días nadie pensó en Lautaro.Al tercer día, al llegar el veterinario a la tarde a su clínica encuentra a Leticia esperándolo. Tenía una expresión serena y vestía de negro.No me digas que tu papá... empezó a decir el veterinario y se cortó.Leticia asintió con la cabeza.Ayer fui como todas las mañanas a llevarle su leche con vainillas y vi que no se despertaba, cuando intenté darlo vuelta me di cuenta que se había ido. Tenía en la mano la foto de mamá y una expresión que podría decirse sonriente.Cuanto lo siento, dice el veterinario, pero sabíamos que tarde o temprano esto ocurriría.Yo mas que nada venía a agradecerle todo lo que usted había hecho por nosotros.El veterinario hacía gestos de negación con la cabezaY además quería contarle, continúa Leticia, que ese día cuando fui a ver a Lautaro para explicarle lo que había pasado, estaba como todas las mañanas adentro de su cucha, como yo lo dejaba por las noches.Pero esta vez había algo distinto.Tenía entre sus patitas dos flores, un clavel blanco y uno rojo.Había amanecido martes.MAURICIO BARRETO

11 jul 2007

Sensacion Termica materno-escolar


Un frio o mil frios, da lo mismo. Todos los inviernos se apilaron en las cañerias. No me animé a revisar si los cahorros estaban vivos. Hoy, senti el frio vivido la puta madre. Hoy senti el frio muerto en una garita de colectivo o en la vereda. Hoy, nos fundimos en un abrazo con mi hija, no queria ir a la escuela porque hacia frio. Seguimos abrazadas, mientras acariciaba su pelo le contaba que afuera habia hielo y nos quedamos sin leña. Aun sin entender insistia en quedarse porque sentia sueño. La chicharra del despertador del maldito celular de mi hija mayor sonaba. Comienzan a pelearse entre ellas. Sigo acariciando el pelo y le explico que en la escuela la esperan la seño y los compañeritos para jugar. La mayor continua camorreando y diciendole que va a repetir de grado jajaja- - callate que vos ya repetiste- pero yo soy grande y mama es mia...
callate hija de puta- le estas diciendo puta a mamá- basta a las dos , mientras acaricio el pelo y sigo tratando de convencerla. No hay resultados. Aja venga el celular le contaremos a papa que no queres ir a la escuela- Bendito celular anduvo , tenia crédito, el padre llamó , la convenció de ir a la escuela y cortó.
-Mamá tengo frio,
- Mamá afuera está helado
-Ponete estas cancanes y el pantalon y las otras medias arriba
-Apurate nenita que voy a llegar tarde
-Mama me dijo que no impotraba que llegue tarde a la escuela
-Pero yo tengo clases, mama hace frio la moto la manejas vos!
-Mas vale hay hielo en la ruta.
-Mama no hay agua!
-Esta congelada, ahi tenes agua en esa botella,-respondia mientra abotonaba el guardapolvo de la mas chica
-mama peiname.
-mama necesito plata para las fotocopias
-yo estoy hablando con mamá
-mama es mia antes que vos
-que tarada que sos es mi mama tambien
-cortenla
-yo naci primero
-cepillate los dientes que necesito la botella para mojarme el pelo para ver a mi seño.
-igual sos fea leruleru
Enfundadas montaron la moto. (Llegaron a tiempo para aprender, que llegar tarde a la escuela puede ser divertido ) OM OM OM

MAMA LAURA
(Laura García)

¿Quienes somos?


Un grupo de escritores del Alto Valle de Río Negro y Neuquen y algunos invitados que nos dan el placer de visitarnos