MURAL EN CENTENARIO-NEUQUEN ARGENTINA

MURAL EN CENTENARIO-NEUQUEN ARGENTINA
Equipo de muralisas Luis Nichela, Silvana Nichela, Mauro Rosa y Mauricio Barreto

25 feb 2013

ACONTECIMIENTOS


Al anochecer la ciudad se vistió de guirnaldas y se adornó de sonidos de fantasía, como siempre. El hombre desde la ventana vio cómo se iban iluminando las calles y pensó como siempre qué linda era la ciudad nocturna.
Por la mañana, digamos a las cinco de la madrugada, cuando se formaban las primeras hileras ralas de personas esperando el colectivo para ir a trabajar, el clima había cambiado. No era el escalofrío de humedad, ni el silencio, ni la inmovilidad del cielo y las cosas. Era algo indefinido que estaba allí, por todas partes, invisible e impalpable.
El primer acontecimiento llegó cuando se afirmaron los rayos de sol y el aire se entibió. Una avanzada llegó primero tímidamente, sin hacerse notar, gordas, brillosas y verdes. Poco antes del mediodía llegaron pequeñas nubes que se asentaron sobre las personas, los vidrios, las mesas, los autos estacionados. A la hora del almuerzo mucha gente sentía náuseas, era casi imposible comer, la sensación de asco era general. Cubrían los estantes, las cocinas donde se achicharraban con las hornallas o quedaban flotando en las ollas como náufragos ahogados, hinchados, pataleantes.
Antes de la caída del sol comenzaron a retirarse, y con la oscuridad ya habían desaparecido.
Todo el día siguiente se escucharon las noticias tremendistas y macabras en los medios de comunicación, a cada hora aumentaban los porcentajes de intoxicados con insecticida, los vehículos siniestrados a causa de la poca visibilidad, vidrios rotos a golpes de palmeta, de trapos e inclusive dados con las manos desnudas, por consiguiente heridas “de distinta consideración”. Se reiteraban y explotaban al máximo los casos extraños: una anciana murió al tragarse uno de esos monstruos en miniatura. Un hombre rompió sus anteojos de un manotazo y cayó por la ventana. Miles quedaron encerrados en un ascensor junto a una modelo famosa y la joven falleció de un infarto. Se introdujeron por los orificios de la trompa de los elefantes y las pobres bestias enloquecieron, destrozando todo a su alrededor.
El segundo acontecimiento ocurrió como consecuencia del anterior. Al multiplicarse cortocircuitos, derrames de combustible, accidentes de cocina doméstica y otros episodios que involucraban fuego, se iniciaron varios focos de incendio que al llegar la noche ya eran incontrolables. Las llamas circulaban culebreando por los edificios, se extendieron a todos los alrededores y estallaron triunfantes en basurales, terrenos baldíos cubiertos de maleza, fábricas abandonadas. En el centro urbano los bomberos y miles de voluntarios lograron controlar el fuego al promediar el día siguiente, pero el cerco ardiente humeó mucho tiempo más.
El tercer acontecimiento, en apariencia, no tuvo nada que ver con los anteriores porque fue una lluvia deseada y esperada que calmó el ambiente y los ánimos. Luego de dos días de lluvia serena y pausada, el agua ya corría por las calles y avenidas, lavaba las ruinas, las plazas, los vehículos, las casas incólumes. Arrastraba basura, trapos, latas, envases de plástico, cadáveres de animales y más plástico. Al cuarto día un viento leve acompaño la caída de agua, y una semana después era un temporal, un verdadero diluvio arrastrado por ráfagas huracanadas. Lo último que se vio pasar fueron los témpanos formados por grandes fardos de nylon apelmazado.

Al comenzar el invierno, en una ciudad hermosa, limpia, aséptica, distante varios kilómetros de la anterior, comenzaron a aparecer tímidamente pequeños grupos.
Delgados, oscuros de tizne y barro, movedizos. Iban cubriendo todos los resquicios, los portales, los parques, las veredas. Nadie los escuchó, la gente de la ciudad pasaba a su lado como si fueran invisibles.
Al sexto día empezó a llegar con el viento del oeste el zumbido de las moscas

GERARDO PENNINI