- No sé Beto, no me acuerdo como los conocí al Sergio y a la Clara, el caso es que estábamos casi todo el tiempo quemando y escabiando.La Clara estaba buena, me gustó de entrada, medio jipona de barrio, torturadita, como era.El Sergio era un cristianote medio boludo. Curtía, sí, pero por algo místico, decía. Siempre prolijito y, por supuesto, no faltaba al laburo. Una oficina de nosequé.Yo corría como artesano, de esos que usan Poxilina, si, pero artesano, Beto, ar-te sa-no!.El caso es que no sé con que excusa me les instalé en la casa. - Por unos días, dije.Yo ya me había apiolado que estos dos andaban para la mierda, aprovechate gaviota.Te confieso, Beto, del Sergio no solo la mina me gustaba: ¡Tenía una par de botas, hermano!!, dios mio, de esas rojas, tejanas, labradas, con punta de acero!!!, de esas, boludo, ¡¡her-mo-sas!!Un día se armo quilombo entre ellos y el tipo se fue a la mierda. Se llevó lo puesto, nomás.Yo, que la iba de “amigo de los dos” ni me moví de la casa. Pasó un tiempo, imaginate, pase a ser el quía de ella, directamente.El Sergio cuando supo no dijo nada, yo pensé: - este me va a querer matar, pero no, nada che. El tipo miraba, nada más. Yo, claro, me fui agrandando. Las botas ahí, quietitas y el gil no las venía a buscar ni nada. De noche, cuando la mina dormía yo me las probaba, ¡en serio! me miraba al espejo, no sabés Beto!!! parecía Pappo, parecía.Como a los dos meses las empecé a usar, asinomá, de una.Me lo crucé al Sergio un par de veces y no decía nada… bueh!, decir no decía, pero miraba… que gil que soy, ¡como no me di cuenta!...
- - No, a la mina no la ví más, hacé un favor Betito, perdoname te rompa las bolas otra vez, pero alcanzame más Poxilina de aquel estante, ahí no me entra la silla de ruedas, viste?... eso sí, pa cortarme las piernas con las botas puestas me inyectó anestesia, ¿no te dije que era reprolijito, el hijodeputa ese?.-
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