MURAL EN CENTENARIO-NEUQUEN ARGENTINA

MURAL EN CENTENARIO-NEUQUEN ARGENTINA
Equipo de muralisas Luis Nichela, Silvana Nichela, Mauro Rosa y Mauricio Barreto

29 ene 2011

EL SALTO


 
Una masa oscura surge repentinamente atravesando la bruma. Se acerca rápidamente creando remolinos en la niebla sempiterna. Pasa muy cerca de la costa y, pocos minutos después, vuelve a ser engullida por el manto gris.
Las miradas se encuentran fugazmente. No hay tiempo para palabras o gestos; solo ojos que se miran a través del espacio que los separa.
Todo pasa velozmente. El silencio vuelve a apoderarse de la masa rocosa


-                     ¿Dónde estabas?
-                     En el acantilado
-                     ¡Otra vez! ¿No hablamos ya respecto al peligro?
-                     ¡Si, mamá! No te preocupes, tengo cuidado
-                     No sé que le ves. ¡Todos las semanas lo mismo! El paso de La Isla ya no le llama la atención a nadie, ecepto a vos.
-                     Contame de nuevo como fue. ¡Debió ser tan emocionante!
-                     Antes la tierra estaba fija. Los continentes o las islas no se movían. Pero los científicos comenzaron a experimentar con bombas debajo de la superficie y produjeron alteraciones irreversibles en el manto. Como resultado la tierra se fragmentó en millones de islotes flotantes. La composición del agua cambió impidiendo que se hundiesen, pero imposibilitando la navegación y convirtiéndolas en trampas mortales. Los movimientos insulares producidos por los movimientos magmáticos se volvieron regulares, pero la marea provocada por las corrientes electromagnéticas impidieron la navegación aérea y las telecomunicaciones. Así, cada isla quedó aislada de las demás y los sobrevivientes tuvimos que resignarnos y empezar de cero.
-                     Me fascina escucharte. ¿no se pudo establecer ningún tipo de comunicación con las demás islas?
-                     Muy raramente, mediante señales luminosas en código Morse. Pero no mucho… Bueno. Cambiemos de tema que este me pone mal.
-                     Yo te ayudo con tu trabajo, Ma. Pero no te pongas mal


Los ojos negros buscan a los verdes en la penumbra; ébano y esmeralda congelados en el minuto del paso. Casi tocándose, pero a eónes de distancia.
Un temblor sacude el aire; más profundo que el mar, más intenso que el oleaje que azota las costa.
La bruma vuelve a cubrirlo todo.


-                     Ma…
-                     ¿Si, hija?
-                     ¿qué distancia hay entre nuestra isla y la de enfrente?
-                     No sé. En el momento en que más se acercan deben ser unos ocho o diez metros. ¿Por qué lo preguntás?
-                     Nada. Solo pensaba.
-                     Estas muy rara vos.
-                     No te preocupes. Estoy bien.
-                     Esperemos que así sea.
La Isla de Enfrente presenta fiordos verticales que terminan en agudas rocas dentadas. Aquí y allá asoman algunas repisas aisladas entre los desfiladeros.
Los ojos siguen allí: firmes, anhelantes, inmóviles. Pasan en un segundo dejando un vacío de niebla tras de si.


El corazón le late frenéticamente mientras se aferra a la roca. La masa rocosa  surge de entre la bruma y se acerca rápidamente.
Ya no hay vuelta atrás. El miedo compite con el amor mientras su cuerpo tiembla espasmódicamente. A lo lejos oye el llamado desesperado de su madre. “Encontró la carta”, piensa, alejando solo un momento su atención del objetivo: un segundo antes o después serán fatales, tiene cinco metros para la carrera y un metro y medio para aterrizar.
El fragor se vuelve alucinante.
Toma aire…
¡Salta!.
Siente su cuerpo ingrávido por un segundo. Un instante después lucha tenazmente por aferrarse a la roca. “No lo lograré”, piensa antes de sentir unas manos aferrándola. Sigue la extensión de los brazos para descubrir esmeraldas que la miran llenas de admiración.
Se abrazan fuertemente y se funden en un beso largamente ansiado.
Ella mira hacia atrás, hacia su isla, pero la bruma ya lo ha cubierto todo.

KARINNA GHISELLI

1 comentario:

Analía Pascaner dijo...

Interesante tu escrito, Karina, un gusto leerte.
Gracias por compartirlo, Gerardo.
Saludos cordiales
Analía