No sé por qué llegué a estos extremos, la vida me fue llevando a ellos.
Lo cierto es que ya no puedo con este dolor. Día a día, noche a noche escucho su respiración en la cueva que yo misma hice y que tanto me costó horadar al pie de este cerrito, rompiéndome las manos y la espalda con estas piedrotas.
Yo misma llevé hasta la boca negra de la entrada ese peñasco para que ella no pueda salir. Ahora con este corazón que me duele y se me llena de agua amarga… ¡desisto!
-¡Ya voy! – le grito- ¡Esperá un poco también!. Todavía tengo algunos minutos ¿sabés?, ¿O qué te pasa? ¿Estás desesperada nooo?
Claro, yo entiendo, la hora del amor se aproxima y ya se regocijan los amantes.
Ellos dos son hermosos, él retoza por el bosque, majestuoso, fuerte, inquieto. A veces se detiene y con los ollares en alto espera a que ella lo alcance. Su mirada briosa se torna dócil cuando la ve venir a los brincos, respondiendo a su bramido que se repite en ecos entre los quiebres de las montañas, donde él ha trepado para lucir su cornamenta magnífica.
Así se disfrutan los renos en el día.
En la noche, cuando el bosque se transforma; en hombre y mujer se tornan ambos.
Se aman entonces libremente, cerca de la cascada de oro, y allí se vuelven uno.
Los he observado tantas veces, deseando ser yo aquella, la dueña del fuego de ese hombre.
Por el contrario, nací bruja, no soy una bella criatura, el amor a mí nunca ha llegado. Y me resigno… ¿quién podría amarme?
-Ya va, niña, ya va – me descuelgo de la rama y libero a mi prisionera.
Estoy sintiendo como las plumas comienzan a cubrir mi cuerpo. La picazón es insoportable y mis labios ya se endurecen para volverse un pico. Antes que mis brazos se vuelvan alas correré la piedra de la entrada y la dejaré ir en busca de su amado.
Intenté dejarla morir encerrándola, pero no puedo. Él la ama demasiado y moriría también, entonces la eterna soledad sería mi condena.
Listo, la he dejado ir, allá va rápida y feliz, transfigurándose en la joven de la piel de luna.
Mientras yo, tan sola como siempre, voy en busca del húmedo follaje desplegando mis alas en la oscuridad.
Sobrevuelo a los amantes que ya están juntos otra vez, les chisto para incomodarlos un poco pero ni cuenta se han dado de mi paso.
Mis ojos redondos y oscuros están tristes, pero eso nadie lo puede ver. Solo el bosque fragante que me acuna.
María Elisa Melosso- Taller de Narrativa biblioteca Popular Pedro Arce
Godoy Cruz, Mendoza
26 mar 2010
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1 comentario:
Ma ha parecido hermoso este relato.
Saludos a Elisa y espero poder leer más de su producción.
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