Ojalá mis amigos de la infancia no hubieran huido de mí como pájaros desconcertados.Ojalá no estuviera acá con un número en la mano, los ojos fijos en las baldosas ajadas del piso del hospital, con este dolor brutal como de patada de burro que tengo en el pecho y que me vino de golpe y que casi no me deja dormir y ojalá que no sea nada y esa mujer demente, en pijamas, con color y olor a ángel suicidado que por tercera vez me pide fuego o cigarrillos o algo, ojalá no estuviera.Ojalá estuviera mi hijo mayor acá. Ojalá no hubiera mandado todo a la mierda un día y ojalá nunca hubiera empezado a fumar.Ojalá pueda enamorarme otra vez, un día y utilizar mi corazón no para escudriñarlo con aparatos y cables manejados por médicos indiferentes sino que funcionara en la dirección correcta: sístole, diástole, dale, dale.Ojalá no me persiguiera el miedo a quedar seco en una vereda cualquiera, como si yo fuera también cualquiera, como si el dolor de patada de caballo que tengo en el pecho no existiera.Justo a mí que hace años que no me acerco a un caballo o a un burro de verdad, excepto –supongo- cuando compro esos fiambres baratos que compramos como almuerzo, demasiado seguido estimo, con estos amigos nuevos para comer algo rápido, para ir rápido a intentar conseguir un trabajo, es decir encontrar lo que no hay, la puta aguja en el pajar, siempre con buen humor, claro, con actitud, evitando amargarse para que no te agarren, justamente, estos dolores de pecho como patada de caballo, o de burro, que te saben agarrar.Entonces digo que no está bien que yo haya huido de mis amigos de infancia como un pájaro desconcertado o que mi hijo mayor ahora no esté conmigo o que haya sido mojado por el agua de la mala suerte y no pueda enamorarme por más que.Y eso sí, que si el médico no resulta tan indiferente y se me va el dolor de pecho y no quedo seco y puedo volver a enamorarme y no veo más al ángel suicidado que me pide cigarrillos por cuarta vez; prometo releer esto cuidadosamente para recordarme que probablemente yo sea un cualquiera y ahí llega mi turno, el cincuenta y siete y me paro y me voy para allá en silencio, hospital.-
LAS BOTAS DE ÉL
EL CINCUENTA Y SIETE, dos cuentos breves de Daniel Risso Patron
Cinco Saltos- Rio Negro
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