El tipo era, en pocas palabras, una porquería. Un individuo incapaz de integrarse a la sociedad ni de considerar que en ella vivía alguien mas que él. Todo lo que significase un esfuerzo de buena relación lo veía cínico o hipócrita. Pero lo peor era que éste crápula se consideraba a sí mismo como un hombre bueno. Una desfachatez que usaba nada mas que para justificar su miserable condición. Justamente por eso tenía la certeza de haber hecho feliz a un pobre diablo.
Pero vayamos por partes. Voy a tratar de no adelantarme a juzgar los acontecimientos sino a hacer el esfuerzo de relatarlos de la manera mas imparcial que consiga.
En la madrugada de la Navidad de 1956 los primeros rayos de luz se filtraban en la casa donde en medio de la suciedad y la pobreza, lo único que resaltaba era la pesada copa de plata. Esta y el enorme botellón de vino de guarda que le habían regalado a su padre eran las únicas piezas de las heredadas que sobrevivieron al naufragio de la vida del tipo. Todos los otros recuerdos materiales de la familia habían ido a parar al banco de Empeños o al cambalache. Esa copa, sin embargo, lo perseguía a través de los años y daba la impresión de que nunca se iba a poder desprender de ella.
Todo había empezado unas horas antes, más precisamente durante la tarde de la Nochebuena. Como si fuera un día cualquiera estaba vagabundeando por una de las tantas mugrientas calles del Doque cuando el sonido de un acordeón acompañado de risas y festejos lo despabiló a cachetazos para recordarle de que fecha se trataba.
Se acordó inmediatamente de cuando era chico. Sobre el aparador del comedor armaba con papel crepé y algodón montañas nevadas, mas allá un espejo rodeado de piedras simulaba un lago, en la otra punta unos edificios de cajitas hacían las veces de la ciudad. En el medio, alejado de todo, el pesebre. Un portal con María, José y un desproporcionado niño Dios rodeado de muñequitos de vacas, burros, caballos y a veces hasta algún elefante.
Se sintió un boludo. A tal punto que decidió tener su propia Nochebuena, para, de alguna manera, poder reivindicar su historia.
Armó en esa pocilga que el denominaba casa, una mesa de festejo. Y acomodó en el centro la copa, quizás la única pieza de valor que se encontraba en el ambiente.
Se dio cuenta que por mas decorado que intentara preparar, la fiesta estaba inconclusa. Faltaba alguien. Un festejo unipersonal no era nada, o mas bien, era el signo más perfecto de la derrota, del fracaso. Necesitaba compañía.
Pensó en una mujer, pero lo desechó inmediatamente. Había una sola mujer que el podría tolerar cerca, y no era posible a esta altura convocarla mas que en recuerdos.
Se acordó entonces del viejo gringo.
Un checoslovaco que solía encontrar en esos boliches inmundos del puerto que frecuentaba cuando el alcohol lo aturdía hasta la degradación.
Ese viejo siempre estaba cuando los ojos empezaban a ver nublado y la cabeza giraba sobre su eje. Fumaba en pipa y lo miraba como estudiándolo, pero sin atreverse ni uno ni otro a intercambiar palabra. De alguna manera ambos comprendían que eran dos versiones de lo mismo. Uno mas vital, bien argentino y dueño del lugar, el otro lejano, extranjero y apocado, unidos por dos cosas en común: la soledad y el fracaso.
Ese era el tipo que necesitaba
Lo fue a buscar a los boliches del bajo y lo encontró.
En un tugurio lleno de humo, marineros roñosos, y minas berretas lo descubrió en un rincón fumando su pipa.
Entró abriéndose paso entre la multitud de cuerpos hasta llegar al lado de su mesa, lo tomó del brazo
-Te venís conmigo- le dijo
El viejo se sorprendió y trato de pedir explicaciones. El tipo no las dio y el checoslovaco al verse primereado por un individuo de saco y mas o menos bien peinado se dejó llevar. Nadie les dio bola.
Sentados frente a frente en una mesa navideña parecían dos amigos, Bebían copiosamente y ya estaban ambos lo suficientemente borrachos como para entrar en confesiones.
El viejo se llamaba Franta y en un diálogo absurdo e incomprensible, llegó a nombrar a una mujer de ojos transparentes, un muchacho ya seguramente hombre, con sus mismos ojos y la entereza que a él le faltó.
Todo había quedado atrás, en un trozo de su historia, de su vida, sobre todo de su pasado.
-¿Y que onda de recuperar aunque sea una parte de todo esto, Franta?- preguntó el tipo.
-¿Recuperar que?- se enojó el checoslovaco- Cuando yo me fui de mi aldea era una persona. Pobre, pero una persona. Hoy soy un desperdicio, no puedo volver a presentarme como si nada- Hizo una pausa para refregarse los ojos – Vine a América con la promesa de juntar la plata para traerlos, pero me la jugué, me la jugué toda y no pude cumplir la promesa en su momento. Hoy ella está muerta. Se murió esperando que la traiga ¿me entiende? ¡Que mierda voy a recuperar ahora!- Se cubrió la cara con las manos.
-Ella se murió, yo no cumplí, los dejé solos, y ni siquiera puedo pegarme un tiro-
El pobre Franta, en su miseria debía pensar que el tipo era una especie de millonario. Sabía hablar con palabras importantes, se afeitaba y por sobre todo lo que mas le llamó la atención, tenía una enorme copa de plata en su mesa. Por un momento se le debe de haber cruzado por su endeble imaginación que podría robarle, incluso matándolo, ya que el alcohol y el resentimiento lograban que fácilmente lo odiara.
El tipo debió de avivarse de los sentimientos del viejo porque enseguida tomó la iniciativa de la conversación y empezó a inventar una patética historia de un cáncer.
-Ya no pertenezco a los hombres.- decía el tipo – Solo soy un muerto de vacaciones. No tengo nada que esperar mas que la transformación de mi cuerpo hoy todavía erguido, en un tieso cadáver-
Miró al viejo a los ojos aunque a este le costaba mantenerlos abiertos debido a la borrachera.
Los sorprendió de golpe un fuerte bullicio en las calles. Se escuchaban explosiones, risas y gritos. También alguien cantaba. Había nacido el Niño Dios.
-La vida es de ustedes, de los que pueden esperar algo- le dijo al viejo – y te prometo que toda mi fortuna va a servir solamente para darte una razón de vida. Para devolverte la esperanza-
Al viejo se le escaparon unas lágrimas e intentó tomarle las manos
-Gracias- le dijo – No te olvidaré mientras viva-
El tipo fue hacia el viejo bargueño y trajo el botellón de vino añejo. Era un misterioso licor. Quien se lo había regalado a su padre le había dicho que era una artesanía de una pequeña aldea europea. Le decían el Vino de la Verdad porque según la leyenda que le había contado el padre, quien lo bebe se ve tal cual es, sin máscaras ni representaciones. El estado mas puro del ser.
Llenó la enorme copa de plata con el vino y se la entregó al viejo.
-Brindemos, por ese Dios en el que no crees y que maldijiste cientos de veces. Brindemos por una nueva posibilidad-
El viejo tomó la copa con las dos manos temblorosas y tomó un generoso trago del rojo líquido. Lo sintió fuerte, profundo y penetrante. Respiró un bocanada de aire y se animó a otro sorbo.
Inmediatamente tuvo que dejar la copa en la mesa ya que sintió un sacudón interior. El tipo miraba en silencio como el viejo iba transformándose. Sus arrugas parecían profundizarse y su cuerpo cambiando de forma. Lentamente el vino estaba haciendo su trabajo, y tal como decía la leyenda, iba apareciendo ante él otro Franta. El viejo se retorcía en silencio y poco a poco se iba achicando, sus facciones habían desaparecido, así como sus brazos se iban acortando. De pronto se perdió entre sus propias ropas.
El tipo no reaccionó inmediatamente impresionado por lo que estaba presenciando. Al rato se paró y revolvió los miserables trapos que hacían la vestimenta del pordiosero. Y allí lo encontró. Un enorme gusano se retorcía sobre la silla. Ahora el nuevo Franta se veía tal cual era, simplemente un gusano.
Al principio el tipo sintió una especie de asco pero pronto comprendió que eso era exactamente lo que él le había prometido. Ese gusano algún día se transformaría quizás en mariposa, o polilla, en definitiva le crecerían alas. Ese nuevo Franta entonces tenía una esperanza.
Se sintió regocijado y comprendió que había realizado un acto de amor y decidió hacerlo completo.
Tomó entonces al Franta gusano entre sus dedos y lo arrojó dentro de la copa de vino. Pensó que debía inmortalizar la esperanza del viejo que era su mayor anhelo.
Alzó la copa como si estuviera dando misa y se bebió el contenido de un trago. Incluyendo a Franta.
Su cuerpo empezó al rato a sufrir cambios y también se fue achicando.
A los días, cuando llegaron los inspectores, estaba adormecido adentro de la copa. Mientras revisaban todo el cuarto, el cabo primero lo encontró. Prontamente sacó su machete y con un certero golpe le aplastó el cráneo
-Ratas de mierda- dijo el policía.
Mauricio Barreto
Ejercicio de taller: Reescritura del cuento “El Candelabro de Plata” de Abelardo Castillo
Pero vayamos por partes. Voy a tratar de no adelantarme a juzgar los acontecimientos sino a hacer el esfuerzo de relatarlos de la manera mas imparcial que consiga.
En la madrugada de la Navidad de 1956 los primeros rayos de luz se filtraban en la casa donde en medio de la suciedad y la pobreza, lo único que resaltaba era la pesada copa de plata. Esta y el enorme botellón de vino de guarda que le habían regalado a su padre eran las únicas piezas de las heredadas que sobrevivieron al naufragio de la vida del tipo. Todos los otros recuerdos materiales de la familia habían ido a parar al banco de Empeños o al cambalache. Esa copa, sin embargo, lo perseguía a través de los años y daba la impresión de que nunca se iba a poder desprender de ella.
Todo había empezado unas horas antes, más precisamente durante la tarde de la Nochebuena. Como si fuera un día cualquiera estaba vagabundeando por una de las tantas mugrientas calles del Doque cuando el sonido de un acordeón acompañado de risas y festejos lo despabiló a cachetazos para recordarle de que fecha se trataba.
Se acordó inmediatamente de cuando era chico. Sobre el aparador del comedor armaba con papel crepé y algodón montañas nevadas, mas allá un espejo rodeado de piedras simulaba un lago, en la otra punta unos edificios de cajitas hacían las veces de la ciudad. En el medio, alejado de todo, el pesebre. Un portal con María, José y un desproporcionado niño Dios rodeado de muñequitos de vacas, burros, caballos y a veces hasta algún elefante.
Se sintió un boludo. A tal punto que decidió tener su propia Nochebuena, para, de alguna manera, poder reivindicar su historia.
Armó en esa pocilga que el denominaba casa, una mesa de festejo. Y acomodó en el centro la copa, quizás la única pieza de valor que se encontraba en el ambiente.
Se dio cuenta que por mas decorado que intentara preparar, la fiesta estaba inconclusa. Faltaba alguien. Un festejo unipersonal no era nada, o mas bien, era el signo más perfecto de la derrota, del fracaso. Necesitaba compañía.
Pensó en una mujer, pero lo desechó inmediatamente. Había una sola mujer que el podría tolerar cerca, y no era posible a esta altura convocarla mas que en recuerdos.
Se acordó entonces del viejo gringo.
Un checoslovaco que solía encontrar en esos boliches inmundos del puerto que frecuentaba cuando el alcohol lo aturdía hasta la degradación.
Ese viejo siempre estaba cuando los ojos empezaban a ver nublado y la cabeza giraba sobre su eje. Fumaba en pipa y lo miraba como estudiándolo, pero sin atreverse ni uno ni otro a intercambiar palabra. De alguna manera ambos comprendían que eran dos versiones de lo mismo. Uno mas vital, bien argentino y dueño del lugar, el otro lejano, extranjero y apocado, unidos por dos cosas en común: la soledad y el fracaso.
Ese era el tipo que necesitaba
Lo fue a buscar a los boliches del bajo y lo encontró.
En un tugurio lleno de humo, marineros roñosos, y minas berretas lo descubrió en un rincón fumando su pipa.
Entró abriéndose paso entre la multitud de cuerpos hasta llegar al lado de su mesa, lo tomó del brazo
-Te venís conmigo- le dijo
El viejo se sorprendió y trato de pedir explicaciones. El tipo no las dio y el checoslovaco al verse primereado por un individuo de saco y mas o menos bien peinado se dejó llevar. Nadie les dio bola.
Sentados frente a frente en una mesa navideña parecían dos amigos, Bebían copiosamente y ya estaban ambos lo suficientemente borrachos como para entrar en confesiones.
El viejo se llamaba Franta y en un diálogo absurdo e incomprensible, llegó a nombrar a una mujer de ojos transparentes, un muchacho ya seguramente hombre, con sus mismos ojos y la entereza que a él le faltó.
Todo había quedado atrás, en un trozo de su historia, de su vida, sobre todo de su pasado.
-¿Y que onda de recuperar aunque sea una parte de todo esto, Franta?- preguntó el tipo.
-¿Recuperar que?- se enojó el checoslovaco- Cuando yo me fui de mi aldea era una persona. Pobre, pero una persona. Hoy soy un desperdicio, no puedo volver a presentarme como si nada- Hizo una pausa para refregarse los ojos – Vine a América con la promesa de juntar la plata para traerlos, pero me la jugué, me la jugué toda y no pude cumplir la promesa en su momento. Hoy ella está muerta. Se murió esperando que la traiga ¿me entiende? ¡Que mierda voy a recuperar ahora!- Se cubrió la cara con las manos.
-Ella se murió, yo no cumplí, los dejé solos, y ni siquiera puedo pegarme un tiro-
El pobre Franta, en su miseria debía pensar que el tipo era una especie de millonario. Sabía hablar con palabras importantes, se afeitaba y por sobre todo lo que mas le llamó la atención, tenía una enorme copa de plata en su mesa. Por un momento se le debe de haber cruzado por su endeble imaginación que podría robarle, incluso matándolo, ya que el alcohol y el resentimiento lograban que fácilmente lo odiara.
El tipo debió de avivarse de los sentimientos del viejo porque enseguida tomó la iniciativa de la conversación y empezó a inventar una patética historia de un cáncer.
-Ya no pertenezco a los hombres.- decía el tipo – Solo soy un muerto de vacaciones. No tengo nada que esperar mas que la transformación de mi cuerpo hoy todavía erguido, en un tieso cadáver-
Miró al viejo a los ojos aunque a este le costaba mantenerlos abiertos debido a la borrachera.
Los sorprendió de golpe un fuerte bullicio en las calles. Se escuchaban explosiones, risas y gritos. También alguien cantaba. Había nacido el Niño Dios.
-La vida es de ustedes, de los que pueden esperar algo- le dijo al viejo – y te prometo que toda mi fortuna va a servir solamente para darte una razón de vida. Para devolverte la esperanza-
Al viejo se le escaparon unas lágrimas e intentó tomarle las manos
-Gracias- le dijo – No te olvidaré mientras viva-
El tipo fue hacia el viejo bargueño y trajo el botellón de vino añejo. Era un misterioso licor. Quien se lo había regalado a su padre le había dicho que era una artesanía de una pequeña aldea europea. Le decían el Vino de la Verdad porque según la leyenda que le había contado el padre, quien lo bebe se ve tal cual es, sin máscaras ni representaciones. El estado mas puro del ser.
Llenó la enorme copa de plata con el vino y se la entregó al viejo.
-Brindemos, por ese Dios en el que no crees y que maldijiste cientos de veces. Brindemos por una nueva posibilidad-
El viejo tomó la copa con las dos manos temblorosas y tomó un generoso trago del rojo líquido. Lo sintió fuerte, profundo y penetrante. Respiró un bocanada de aire y se animó a otro sorbo.
Inmediatamente tuvo que dejar la copa en la mesa ya que sintió un sacudón interior. El tipo miraba en silencio como el viejo iba transformándose. Sus arrugas parecían profundizarse y su cuerpo cambiando de forma. Lentamente el vino estaba haciendo su trabajo, y tal como decía la leyenda, iba apareciendo ante él otro Franta. El viejo se retorcía en silencio y poco a poco se iba achicando, sus facciones habían desaparecido, así como sus brazos se iban acortando. De pronto se perdió entre sus propias ropas.
El tipo no reaccionó inmediatamente impresionado por lo que estaba presenciando. Al rato se paró y revolvió los miserables trapos que hacían la vestimenta del pordiosero. Y allí lo encontró. Un enorme gusano se retorcía sobre la silla. Ahora el nuevo Franta se veía tal cual era, simplemente un gusano.
Al principio el tipo sintió una especie de asco pero pronto comprendió que eso era exactamente lo que él le había prometido. Ese gusano algún día se transformaría quizás en mariposa, o polilla, en definitiva le crecerían alas. Ese nuevo Franta entonces tenía una esperanza.
Se sintió regocijado y comprendió que había realizado un acto de amor y decidió hacerlo completo.
Tomó entonces al Franta gusano entre sus dedos y lo arrojó dentro de la copa de vino. Pensó que debía inmortalizar la esperanza del viejo que era su mayor anhelo.
Alzó la copa como si estuviera dando misa y se bebió el contenido de un trago. Incluyendo a Franta.
Su cuerpo empezó al rato a sufrir cambios y también se fue achicando.
A los días, cuando llegaron los inspectores, estaba adormecido adentro de la copa. Mientras revisaban todo el cuarto, el cabo primero lo encontró. Prontamente sacó su machete y con un certero golpe le aplastó el cráneo
-Ratas de mierda- dijo el policía.
Mauricio Barreto
Ejercicio de taller: Reescritura del cuento “El Candelabro de Plata” de Abelardo Castillo