Una masa oscura surge repentinamente atravesando la bruma. Se acerca rápidamente creando remolinos en la niebla sempiterna. Pasa muy cerca de la costa y, pocos minutos después, vuelve a ser engullida por el manto gris.
Las miradas se encuentran fugazmente. No hay tiempo para palabras o gestos; solo ojos que se miran a través del espacio que los separa.
Todo pasa velozmente. El silencio vuelve a apoderarse de la masa rocosa
- ¿Dónde estabas?
- En el acantilado
- ¡Otra vez! ¿No hablamos ya respecto al peligro?
- ¡Si, mamá! No te preocupes, tengo cuidado
- No sé que le ves. ¡Todos las semanas lo mismo! El paso de La Isla ya no le llama la atención a nadie, ecepto a vos.
- Contame de nuevo como fue. ¡Debió ser tan emocionante!
- Antes la tierra estaba fija. Los continentes o las islas no se movían. Pero los científicos comenzaron a experimentar con bombas debajo de la superficie y produjeron alteraciones irreversibles en el manto. Como resultado la tierra se fragmentó en millones de islotes flotantes. La composición del agua cambió impidiendo que se hundiesen, pero imposibilitando la navegación y convirtiéndolas en trampas mortales. Los movimientos insulares producidos por los movimientos magmáticos se volvieron regulares, pero la marea provocada por las corrientes electromagnéticas impidieron la navegación aérea y las telecomunicaciones. Así, cada isla quedó aislada de las demás y los sobrevivientes tuvimos que resignarnos y empezar de cero.
- Me fascina escucharte. ¿no se pudo establecer ningún tipo de comunicación con las demás islas?
- Muy raramente, mediante señales luminosas en código Morse. Pero no mucho… Bueno. Cambiemos de tema que este me pone mal.
- Yo te ayudo con tu trabajo, Ma. Pero no te pongas mal
Los ojos negros buscan a los verdes en la penumbra; ébano y esmeralda congelados en el minuto del paso. Casi tocándose, pero a eónes de distancia.
Un temblor sacude el aire; más profundo que el mar, más intenso que el oleaje que azota las costa.
La bruma vuelve a cubrirlo todo.
- Ma…
- ¿Si, hija?
- ¿qué distancia hay entre nuestra isla y la de enfrente?
- No sé. En el momento en que más se acercan deben ser unos ocho o diez metros. ¿Por qué lo preguntás?
- Nada. Solo pensaba.
- Estas muy rara vos.
- No te preocupes. Estoy bien.
- Esperemos que así sea.
La Isla de Enfrente presenta fiordos verticales que terminan en agudas rocas dentadas. Aquí y allá asoman algunas repisas aisladas entre los desfiladeros.
Los ojos siguen allí: firmes, anhelantes, inmóviles. Pasan en un segundo dejando un vacío de niebla tras de si.
El corazón le late frenéticamente mientras se aferra a la roca. La masa rocosa surge de entre la bruma y se acerca rápidamente.
Ya no hay vuelta atrás. El miedo compite con el amor mientras su cuerpo tiembla espasmódicamente. A lo lejos oye el llamado desesperado de su madre. “Encontró la carta”, piensa, alejando solo un momento su atención del objetivo: un segundo antes o después serán fatales, tiene cinco metros para la carrera y un metro y medio para aterrizar.
El fragor se vuelve alucinante.
Toma aire…
¡Salta!.
Siente su cuerpo ingrávido por un segundo. Un instante después lucha tenazmente por aferrarse a la roca. “No lo lograré”, piensa antes de sentir unas manos aferrándola. Sigue la extensión de los brazos para descubrir esmeraldas que la miran llenas de admiración.
Se abrazan fuertemente y se funden en un beso largamente ansiado.
Ella mira hacia atrás, hacia su isla, pero la bruma ya lo ha cubierto todo.
KARINNA GHISELLI