MURAL EN CENTENARIO-NEUQUEN ARGENTINA

MURAL EN CENTENARIO-NEUQUEN ARGENTINA
Equipo de muralisas Luis Nichela, Silvana Nichela, Mauro Rosa y Mauricio Barreto

25 abr 2010

VIOLETA

Un profundo y encantador aroma a Violetas, así era ella, o eso creo recordar. Su piel suave, sus manos tibias acariciando mis mejillas. Una flor todos los días, a cambio de su sonrisa; luz.
Pero algo ocurrió con la llegada del otoño. Algo fue sucediendo, algo que no pude prever, algo que me fue tomando de a poco, y hoy… ya no recuerdo más que tus ausencias.
En las noches estiraba mi brazo deslizándolo por las sábanas, pero a partir de marzo, empezaron a ser cada vez menos las veces que mi mano encontraba tus dedos. Ahí sentí por primera vez tu ausencia. Al lado tuyo, en la misma cama.
Y sucedió que un día, ya en abril, desperté en la mañana, y vos habías salido a trabajar temprano. Y como ese día hubo otros. Me levantaba y encontraba un jugo de naranja y tostadas frías en la mesa de la cocina.
En la noche empezaste también a llegar tarde, y traías comida preparada; casi no comías. Yo te miraba callado; aún tu sonrisa. Era todo lo que necesitaba. Te miraba a los ojos y no podía evitar pensar en el único poema de Neruda que conocía… me gusta cuando callas… Tu sonrisa, mi luz. Y en el cuarto, tu perfume a violetas, invisible pero revelador: vos a mi lado.
Con la llegada del invierno los días se fueron acortando, y a veces despertaba al amanecer y ya no estabas, y en la cocina solo encontraba una nota, sin jugo y sin tostadas: un beso, llegarías tarde. El papel guardaba, todavía esos días, un aroma a violetas; sutil, impalpable. Al llegar, tarde en la noche, tu sonrisa me tranquilizaba. Aún me amabas.
Hasta que un día de julio me quedé despierto hasta tarde, esperando que llegaras, pero el sueño me ganó y tuve que irme a dormir solo. Tu ausencia, implacable. Solo el chillido agudo y disimulado, y un aroma a violeta casi imperceptible, me revelaron que habías entrado en el cuarto. Pero al despertar ya no estabas.
En agosto ya solo te sentabas a cenar algunas pocas veces, y ya no me hablabas. Al levantar la mesa tu plato seguía casi lleno. La cama empezó a quedarme ancha, como si de pronto me hubiese hecho pequeño, diminuto. Y por los rincones del cuarto buscaba desesperado algún resquicio de ese aroma dulce, pero apenas creía sentir algo que enseguida se esfumaba. Aroma a nada. Ausencia.
Finalmente una noche no volviste. Desperté al alba sin que hubieras regresado. Pero sentí algo, no era un aroma, era olor. Olor a algo en descomposición. Seguí los rastros y llegué a la cocina, y sobre la mesada, descubrí horrorizado un florero con agua podrida, y en el suelo cientos de flores marchitas que junté llorando. Conté veinte docenas. Doscientos cuarenta días habían pasado desde que habíamos vuelto de nuestra luna de miel, en febrero.

A veces cocino para los dos, y busco en el aire, en alguna parte, tu sonrisa, que no está. Y con el tiempo que ha pasado, no se si la cara que recuerdo es la tuya o si es una cara que vi en otro lado, en una revista, o en la tele… cierro los ojos y aspiro hacia adentro. Pero olvidé cómo sabía el aroma a violetas. Y la casa está repleta de un vacío enorme, de lo único que recuerdo de vos; tu ausencia.

Santiago Clèmentt- Taller literario biblioteca Chacras de Coria, Mendoza